Wednesday, March 21, 2007

LO QUE EL VIENTO NO SE HA LLEVADO






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LO QUE EL VIENTO NO SE HA LLEVADO

Por José Dávila



-¡Felicidades abuelo!
-¿Felicidades? ¿Por qué? –pregunté curioso
-Porque hoy es el día de los abuelos.
-¿Hoy? No lo sabía.
-Bueno, mejor dicho, es el día de los ancianos
-¡Felicidades,abuelo!
¡Zácatelas, ya diste el viejazo! –escuché burlona la vocecita de mi diablillo interior.Con todo el candor de su inocencia, Clementina me había dado un mazazo en la cabeza. Por unos segundos me sentí confundido y enmudecí. Ella seguía hablando a través del alma blanca que regala la niñez y le complacía una y otra vez desearme muchas, pero muchas felicidadesLa palabra empezó a retumbar en mi cabeza:”¡Anciano!”En un principio lastimó mi ego, ese ego cultivado desde que mi padre me dijo que los hombres no lloran, porque nacieron para ser fuertes, trabajadores, responsables y mandones.Y después del retumbar, retornó el eco: ¡Anciano!El rebote también me acalambró. Nunca me había imaginado que, para decirlo con delicadeza, ella me viera tan avejentado. Sin embargo, si se trata de enfatizarlo con crudeza: tan senil.
Cierto. Todos los días el espejo denuncia mi realidad y la realidad por ser cotidiana no desnuda de golpe y porrazo el desgaste inexorable de mi sacrosanto organismo..Si el espejo me cuestionara. “¿Te gusta lo que ves?”, lo negaría. Sin embargo, resignado, acepto que han quedado atrás días mejores. El pasado en ocasiones me provoca nostalgia, o sea, ser un actor más de “lo que el viento se llevó”. En este caso reacciono y generoso me describo, digamos, como un hombre entrado en años, uno de tantos que consideraba tener la vida comprada.Sin embargo, fue hasta colgar la bocina que nació la pregunta jamás antes planteada: ¿Cuándo se es anciano? ¿Cuándo en términos contables se es grande? ¡Cuán grande, pues! ¿Cuando se joroba el cuerpo o cuando se joroba la mente? ¿Por acuñación de años, lustros o décadas? Al respecto, un amigo muy estimado, con sorna, me corrigió: “Hoy en día ya no se dice grande, sino acumulación de juventud”¡Así está mejor! –le respondí agradecido.No obstante, el mosquito ya me había picado: En resumidas cuentas, ¿qué es un anciano? Rápido busqué en el diccionario de la Lengua Española y tan sólo encontré: “Dícese de la persona de mucha edad” Me quedé en las mismas. Y luego busqué ancianidad: Edad avanzada. Lógico. Pero, ¿quién determina cuál es la edad avanzada? ¿Por tener, entre comillas, edad avanzada, el ser humano deja de ser pensante, capaz y productivo? Terrible e injusto desatino. A fuerza de ser sinceros en este mundo siempre han existido jóvenes-viejos y viejos-jóvenes. Entonces, ¿en qué quedamos?Según las autoridades, en un demagogo acto de concesión, oficialmente dictaminaron que a los sesenta años el individuo automáticamente forma parte de la senectud ingresándolo a las filas de la tercera edad. Poética definición que significa ya no ser explotable. Lo que había que exprimirle, se le exprimió y punto final. A tal razón obedece el hecho de ser etiquetado.En reconocimiento a largos años de trabajo se le otorga una credencial para identificarlo como un lastimoso objeto desechable y por ende merecedor de vergonzosas prebendas. ¡Valiente recompensa! Por mandato real, pues, el conocimiento, la experiencia, la madurez, la bendita lucidez, no valen un centavo. Y ya “encarrerado” el ratón: ¿Cuando se incurre en la cuarta, quinta o sexta edad? ¿Al graduarse de septuagenario, octogenario o nonagenario? De ser así, ¿los descuentos suben o bajan? ¿Suben por longevidad o bajan por defunción?Pese a todo, es posible que antaño las seis décadas fuesen la frontera de lo inservible. Quienes así lo visualizaron, se anticiparon a la globalización que acorta aún más el límite de la brevedad hombre-horas-trabajo. Apenas ayer a los 40 años de edad y hoy a los 30, la persona es marginada de la cadena productiva porque ya no es económicamente rentable. Triste realidad: Los primeros tendrán que esperar largos 20 años y los segundos 30, para ser merecedores a una credencial del flamante Instituto de la Senectud.. ¡Justicia divina!Así las cosas, ¿qué se puede esperar de un setentón? ¡Afortunado si recibe una miserable pensión! ¿Y los que no?Por otra parte, nadie se prepara para ser viejo. La vejez está muy, pero muy distante. Empero, cuando se descubren las primeras huellas del dios Cronos, la preocupación nos invade y acudimos en ayuda de todas clase de tratamientos incapaces de regresar las manecillas del reloj. Sólo se irá cambiando de máscaras. Lozanas por fuera, desgastadas por dentroResumiendo, ancianidad es la edad a la que se es anciano. Y anciano resulta ser sinónimo de viejo. Para ventura de muchos, en algunos países se les reverencia con admiración y respeto por atesorar la sabiduría que emerge de un largo andar por las aulas de la vida.. Por lo contrario, nuestra sociedad hace de este vocablo una palabreja para denostar al que carga el peso del tiempo y peina canas. “¡Quítate viejo! ¡Fíjate viejo güey! ¡A qué viejo tan pendejo!” Y todavía existe una conjugación aún más demostrativa “¡Viejo decrépito!”Conclusión, el inerme prospecto a la vejez, fuerte o débil, avispado o docto, inteligente o bizarro, lúcido o cansado, se le niega toda clase de mérito y automáticamente es visto y tratado como un estorbo humano. Sí, se siente feo el desprecio y la marginación, pero, ¿qué importa ser viejo si el espíritu se mantiene firme? El cuerpo podrá cuartearse, pero no la pasión que corre por sus venas. Mientras la capacidad de asombro se mantenga latente, se vivirá con extraordinaria intensidad. Quien orgulloso así lo refleja, se le galardona con el título de “viejo correoso”. Esto, finalmente, es lo que el viento no se ha llevado.En tales reflexiones me encontraba sumergido, cuando de nueva cuenta sonó el timbre del teléfono . Descolgué y volví a escuchar la voz de Clementina.:-¿Abuelito?-¿Sí?-Que dice mi mamá que te diga que me disculpes, que te diga que todavía no estás tan viejito, que sólo eres una persona mayor. ¡Otra vez felicidades, abuelo!¡Por supuesto que sí!, pensé: “De lo perdido lo que aparezca...”

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