Friday, July 06, 2007

AÑO 2050

AÑO 2050

Por José Dávila A.

El éxodo se ha iniciado...
Por un laberinto de caminos desérticos, arrastran sus pies descalzos, diversas tribus sedientas y desarrapadas en busca de un rincón en dónde sobrevivir. En sus famélicos rostros se adivina la desesperanza y en sus ojos se nubla la promesa ante un horizonte incierto. Hombres, mujeres, ancianos y niños, agigantan una peregrinación sin destino. Huérfanos de porvenir, ahora son espectros vivientes.

Atrás, sus agrestes sierras, mesetas y hondonadas, quedan olvidadas. Mudos testigos de la desertificación. Humildes comunidades con dispersos caseríos de madera y piedra son pueblos fantasmas, testimonio que en ellos habitaron muchas generaciones víctimas de la marginación. En algunos continentes las temperaturas rebasan los 50 grados centígrados, arrebatando la vida a miles y miles de seres humanos. La vida se ha convertido en un verdadero infierno.

En un pasado no muy lejano las recónditas tierras eran generosas. Los sabios antepasados, ante la indiferencia de una soberbia casta gubernamental, no tuvieron más alternativa que escoger los más alejados terruños en donde asentar su existencia y proteger la especie. Con sabiduría entendieron los diferentes ciclos de la vida, los cambios climáticos y respetaron sus procesos evolutivos. Eran hombres que sabían valorar y respetar lo que provenía del medio ambiente.

¿Y hoy...? El silencioso éxodo humano se extiende por todo el mundo. Son migraciones nómadas que no encuentran asiento en dónde establecerse, porque cada día son más reducidos los espacios de supervivencia. Es la maldición de los miserables, de las masas marginadas, de los olvidados. El rechazo, la expulsión, la negación, son los lazos comunes que les identifican.

-El calor está acabando con todo –dice resignado el patriarca que encabeza uno de tantos destierros con rumbo desconocido-. Los ríos se secaron, los arroyuelos ahogaron su murmullo, las nubes se disolvieron y el bosque, la eterna sombra que nos cobijaba, ha desaparecido.

El éxodo se ha iniciado...

La desgracia se expande como la peste. Ya no hay nada que comer. Ya no hay nada que beber. La gente muere, los animales mueren, la tierra muere, se endurece, se agrieta. Las sequías son cada vez son más prolongadas. Sin bosques no hay lluvia y si algún nubarrón extraviado descarga un ligero chubasco, éste se desboca por las pendientes ante la ausencia de pastos, raíces o nichos que le absorban, porque todo se ha convertido en una lápida de piedra. Se desliza, corre y se pierde hasta evaporarse.

No sólo los desamparados vagan por los desolación; los animales huyen y las aves también se expatrían. Siempre lo han hecho; pero ahora jamás volverán a sus campos que se han trasmutado en agrestes eriales. Imitan a los humanos y recorren grandes distancias en busca de salvadores refugios que les permita resguardar su ciclo de vida.

Los halcones huyen a cimas más elevadas adonde aún no han llegado los insaciables taladores con sus siniestras cierras mecánicas, dejando tras de sí un cementerio de troncos mutilados. Los pulmones verdes de la Tierra, las grandes selvas, agonizan.

Mientras tanto, los emporios industriales continúan engullendo las escasas reservas de energéticos, agotan los pozos y contaminan indiscriminadamente el aire con sus emisiones de bióxido de carbón, así como emponzoñan cauces de aguas cristalinas en aguas negras. Inmutables, día tras día se perforan más hondo en los océanos en busca de tan vitales elementos.

Cierto... La humanidad a través de los siglos ha saqueado sin misericordia a un mundo pleno de riquezas. Y ahora, lacerado, mutilado, humillado, se rebela contra sus habitantes.

Es el precio del progreso: la economía contra el ambiente.

-Nadie nos escuchó – recuerda el patriarca con el semblante rígido y advierte con tono bronco-: Quienes ya no tenemos nada, buscamos compartir con aquellos que aún conservan algo. Entonces, sin remedio, se entablará la lucha. Desde luego, vencerá el más fuerte en defensa de la última gota de agua. Finalmente nadie ganará. Sí, la muerte incitará la rebelión y llamará a la guerra por la subsistencia. Estimulará la violencia, incendiará el odio, convocará el arrebato, invitará a la hambruna. Habrá hostilidad: hombre contra hombre.

En efecto, la Parca, feliz, siempre insatisfecha, aúlla siniestra y danza repartiendo guadañazos, arrebatando almas, soplando llamas de odio, incendiando la razón y sembrando panteones de hambre y sed.

El calentamiento global al fin se impuso. Lo que hace 50 años era una seria advertencia, ahora es una realidad. Esta amenaza que desde principios de nuestro siglo advirtieron reconocidos científicos y altos funcionarios de las Naciones Unidas, fueron desechadas con arrogancia. Sin embargo, la profecía de los nuevos “Nostradamus”, se cumplió. Sin misericordia se devastó la naturaleza y ella, sabia, empezó a cobrar la factura ensañándose con los más débiles.

El hombre, ciego de ambición ignoró el mágico comportamiento de la biósfera. Sus constantes manifestaciones fueron ignoradas; huracanes, tempestades, tornados, inundaciones, tsunamis, sequías catastróficas, flagelan por doquier. Cambios climáticos sin precedentes que empiezan a fracturar los casquetes polares que sin duda aumentaran los niveles del mar. Nunca bastó la anunciación de tantos desastres.

El costo del progreso cierne su peligro en el mundo y el conflicto de las civilizaciones está a la vuelta de la esquina. ¿Cuántos falta para estalle el caos? ¿Alcanzará el tiempo para recapacitar?

No hay respuesta. Nadie se atreve...

En tanto, el éxodo prosigue. Cientos de desplazados, miles de sedientas familias desarrapadas, arrastran sus pies por laberintos de caminos polvosos que quizá no conduzcan a ningún lado.

Calentamiento global. ¿El inicio del fin?

Resignado, el patriarca, afirma: “Sí, todo está caliente, tan caliente que hasta el Sol suda”.











El calentamiento global hace sudar hasta el Sol.