Monday, April 13, 2009

LOS DOS COMPADRES

LOS DOS COMPADRES

Por José Dávila Arellano.

-No hay más amigo que Dios, ni más pariente que un peso…

-¿Y eso, de “ónde” lo saco compadre Celedonio?

-Ah, pues de un buen libro que leí, compadre Lucio.

Así se iniciaba la conversación del par de compadres en la cantina “Los Tinacales”, antes de pedir la tercera ronda de sus bebidas espirituosas.

-¿Y a qué se debe la mención, “compa”?

-Pues que de ahora en adelante cada quién paga su cuenta –dijo con firmeza Celedonio.
-¡Es que ya no confía en mi compadre Celedonio!- protestó Lucio.

-¿Cómo voy a confiar si siempre tiene a flor de boca una excusa para ni siquiera pagar la propina: “que se le olvidó la cartera, que no ha cobrado su quincena, que le prestó dinero a doña Meche y no se lo ha devuelto, que su señora lo dejó sin un peso mientras dormía, que la próxima vez va por su cuenta y no sé cuántos más pretextos, compadre..?

-Ah qué desconfiado se me ha vuelto usted. Todo lo que me dice que le dije, es cierto, como el oro es oro, y la burra rebuzna a las seis de la mañana.

-El sordo no oye pero bien que lo compone. Pues ya lo sabe compadre Lucio, lo que leí es pura ley si no deseamos perder la amistad.

-¿Es que ya no soy su amigo, “compa” Celedonio?

-Pues bien ha bien visto, “compa” Lucio, pues la mera verdad creo que ya no, y que nomas se aprovecha de mis gentilezas. Piensa mal y acertaras…

-¿Qué, qué dice? ¿Acaso ya no soy su “best friend”?

-Mire, sin que se ofenda, un amigo, lo que se dice un amigo, nace con el tiempo; el que siempre está con usted en las buenas y las malas, codo con codo; el que lo felicita cuando tiene éxito, el que lo consuela en momentos de dolor, el que lo apoya en temporada de vacas flacas, el que no pide prestado sino está cierto de pagar el favor; el que respeta a la mujer ajena.

-Compadre Celedonio, ¿pero que me está diciendo? Acaso yo…

-Espéreme, Lucio, espéreme tantito; más vale gota que dure y no chorro que se acabe, y yo todavía no acabo: amigo es el que visita al enfermo que se lo quiere llevar la calaca; el que le lleva flores al panteón, el que brinda por su alma en Navidad y le desea buena suerte el Año Nuevo. Ese es un amigo compadre ¿Ahora me entiende?

-¡Pero si usted todavía no se ha muerto! Dígame en ¿qué le he fallado?

-Mire, por principio de cuentas ni siquiera nos conocíamos sino es porque mi vieja, que siempre anda de mitotera, me propuso para bautizarle su escuincle. Como quien dice nos hicimos compadres “light”. ¿Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo? Mire Lucio, nos hicimos compadres de mentiritas, sin antes existir amistad de verdad. Vaya, ni siquiera fuimos compañeros de escuela.

-Pero yo ya le tengo ley de la buena.

-¿Cuál ley compadre? Lo cortés no quita lo valiente… A ver, no es cierto que olvidó el día de mi cumpleaños.

-Pues sí…

-¿Y el día de mi santo?-Pues sí…

-¿Me fue a ver al hospital cuando me enfermé?

-¿Se enfermó? No sabía compa Celedonio…

-El sordo no oye, pero bien que compone. ¿Acaso le llevó un pedazo de pan a mi vieja mientras estaba encamado?

--No piense usted mal. La verdad es que estoy mal de la memoria, pero no de este corazón que bien le aprecia.

-Lo que pasa es que está enfermo del bolsillo.-¿Cómo?

-¿A poco ya no se acuerda que desde hace dos años me debe cien pesos?

-Ya ve. No le digo que ando enfermo de la memoria…

Monday, April 06, 2009

ATRACCIÓN FATAL

ATRACCIÓN FATAL
Por José Dávila Arellano

-¡Por Dios, esto es una ratonera!
En efecto, se trata de una trampa, una impresionante marea humana.
Son, cientos y cientos de miles y miles de jóvenes enloquecidos por un concierto al aire libre de música metálica. Tantos, que sería una locura tratar de calcular el número de asistentes.
Es un mar de cabezas; una masa humana presa de oleajes desbocados que presagian una tormenta irremediable.
El estruendo es ensordecedor. Se ha entablado un duelo entre el retumbar de las monumentales bocinas dispuestas por toda explanada y el griterío de la multitud delirante.
Se antoja una guerra sin cuartel en torno a un entarimado iluminado con deslumbrantes haces de luz de reflectores giratorios y fuegos de artificio.
Son rostros enloquecidos, delirantes, ansiosos. Al compás de un juvenil cuarteto que revoluciona la “nueva” música, la muchedumbre no canta, aúlla desbocada al compás de un ritmo que para de cabeza hasta a los más sordos.
¿Los autores? Sólo cuatro jovenzuelos: baterista, pianista y dos guitarristas. Sin embargo, a lo largo de su exitosa gira mundial, como un poderoso imán, atraen desbordadas muchedumbres
Desde la noche anterior, ha arribado una riada de “fans”, pernoctando a cielo abierto en un intento de conquistar la mejor ubicación posible. Todos quieren ser los primeros. Y llegan y llegan y llegan. La peregrinación amenaza con no tener fin. Por doquier se prenden fogatas para atemperar el desplome de la temperatura. Abrigos, bufandas, cobertores, chamarras, suéteres. Todos se protegen como su inventiva les da a entender y resisten estoicos, como inermes soldados defendiendo una trinchera sin fusil.
Después de todo, el concierto justifica cualquier sacrificio.
El amanecer es prometedor y la luz del alba descubre la invasión humana. El espacio está a reventar y no hay sitio para un alma más. No obstante, siguen arribando jóvenes que empujan y empujan hacia el frente hasta compactar el gentío. La trampa se ha cerrado: imposible escapar. Poco a poco, lentamente, uno a uno va quedando inmovilizado. Imposible, siquiera, levantar un brazo.
“¡Por favor, no empujen! ¡No empujen! !Nos van a matar!”
Cuando el sol alcanza el cenit, se corre el telón y estallan las primeras notas musicales, agudas, desequilibradas, rechinantes. Entonces despierta un monstruoso vocerío. Se ha iniciado un indescriptible combate de decibeles.
“¡Calma, tranquillos…!”
La algarabía raya en la locura y el oleaje de rostros plenos de éxtasis y felicidad, se va transformando en ansiedad, histeria y… miedo. Ahora se torna violento, tan violento que apaga las súplicas de auxilio.
“¡No aplasten! ¿Dejen respirar! ¡Basta, basta…!”
En efecto, no se puede respirar. Las olas de cuerpos prensados van y viene sin control. Es un espectáculo dantesco. Una tortura inesperada, un diabólico manicomio.
“¡Piedad, por todos los santos, piedad!”
Demasiado tarde; la estridencia musical impide la escucha de suplicas, lamentaciones, y el rezo de un padrenuestro…
La asfixia emerge siniestra Los más débiles han extraviado su enajenación inicial.
Aplastados, lentamente mueren de pie…