Thursday, January 29, 2009

EL ABUELO

EL ABUELO.
Por José Dávila A.

“Ya es un hombre entrado en años”, propone con sutileza el manual de las buenas costumbres, para no recurrir a la palabra ¡anciano!
En efecto, es un anciano pero no viejo. Como dicen en el rancho, “un viejo correoso”. Cierto, ya se encorva y le rechinan las coyunturas, pero se conserva bien: mentalmente lúcido, peina demasiadas canas, hace su vida independiente y se las averigua solo, porque vive solo.
Así lo desea, aunque en muchas ocasiones la soledad le abruma. Entonces vive de los buenos recuerdos que le han regalado sus cuatro hijos y 16 nietos.
En días pasados cumplió 75 años bien vividos. Así lo considera cuando la nostalgia le hace voltear al pasado. Por supuesto que enfrentó malos momentos, pero el fiel de la balanza se inclina con mucho a una existencia que le regaló grandes satisfacciones.
En uno de estos momentos de reflexión, que inusitadamente se presentan y provocan dudas sobre el proceder a lo largo de la vida, le fue entregado en su hogar un sobre de mensajería. En su interior se encontró con una gran sorpresa: se trataba de una cartulina multicolor con motivos festivos y en donde siete de sus nietos que viven en la gran ciudad de México y que tenía largo tiempo de no visitarlos, escribían de su puño y letra un mensaje de felicitación.
Así pues empezó a leer por orden de nacimiento. Desde la nieta mayor, hasta el nieto menor:
“¡Feliz cumpleaños! ¿Qué te parece un año más de vida? ¡Qué emoción! Va ser otro año de aventuras y nuevas experiencias. Te deseo lo mejor y que te la pases increíble. Nunca dejes de sonreír y dar las gracias por todo lo que tenemos, Te quiero mucho. Te mando un abrazo y un beso”
“Abuelito Pepe: ¡Feliz cumpleaños abuelito! Muchísimas felicidades; te deseo mucha salud y ¡te quiero mucho! Un abrazo”.
“¡Abuelito: ¡Feliz cumpleaños! ¡Wow! Que te la pases muy “padre” y te deseo lo mejor para este año: salud, amor, cariño, etc. Todas esas cualidades que ya las tienes, que las refuerces más. Pásatela increíble. ¡A todo dar! Ja, ja,ja. Te quiero muchísimo”.
“¡Qué tal abuelito? ¿Si adivinas quién soy? Te voy a tocar las “mañanitas” con mi violín, cuando vaya para allá a visitarte. Te deseo un feliz cumpleaños”.
“¡Felicidades abuelito! Espero que sigas así. Que te vaya muy bien en tu fiesta. Felices 75. ¿Quién crees que soy?”
“Felicidades, muchas felicidades abuelito”.
Y finalmente, un remate que le dejó con un nudo en la garganta y provocó que una lágrima corriera por su rostro.
“Felicidades abuelito ¿Cuántos años cumpliste? Espero que no te mueras…”

Wednesday, January 21, 2009

EL CERRO PELÓN

EL CERRO PELÓN
Por José Dávila A.

El abuelo Matías, patriarca del pueblo “Los Encinos”, sentenció: “Fue un diluvio despiadado como en el día del señor San Francisco en 1897. Igual de endiablado el maldito, Parecía enfermo de corajina que deseaba acabar con todo…y así lo hizo”.
Antes del desastre, en las boscosas faldas del “Cerro Pelón” había florecido una industriosa comunidad que dependía de tres aserraderos para su subsistencia. A lo largo de cada nuevo día no se paraba de talar árboles y los retoños, como por obra de magia, volvían a renacer y en pocos tiempo alcanzaban otra su vez su enorme estatura.
Los primeros leñadores que se asentaron en el boscaje, pronto descubrieron tan increíble prodigio Lo consideraban un don que el cielo les regalaba y todos los domingos le daban gracias al Altísimo
Era un fenómeno inusual para el cual no existía respuesta. Sin embargo, si el monte era tan pródigo ¿por qué fue bautizado como el “Cerro Pelón? La razón era muy sencilla. Su morro estaba tan rasurado como la cabeza de un monje.
El milagro pronto se difundió y los caseríos desperdigados en la región quedaron abandonados, convirtiéndose en pueblos fantasmas. Quienes moraban en ellos emigraron al imponente macizo en busca de fortuna, convirtiéndose en una plaga que tiraba árboles por doquier.
Ante la diaria peregrinación de hombres hambrientos de abandonar la pobreza, los primeros colonos en arraigarse llegaron a la conclusión que debían evitar que la muchedumbre terminara por colmar hasta la más pequeña brecha. Por lo tanto se formó un consejo de leñadores que organizaron brigadas armadas para impedir el arribo de nuevos colonizadores que amenazaban con acabar con la abundancia que brindaban los generosos bosques.
Las amenazantes bocas de las escopetas de doble cañón y las pistolas prestas para abrir fuego a quien osara romper el cerco de seguridad, intimidó a los lugareños, quienes regresaron a sus hogares rumiando su amargura consciente de ser víctimas de un acto de injusticia.
Los colonos del Cerro Pelón, dueños absolutos de un tesoro sin igual, no deseaban compartir la fortuna con la que habían topado. De esta manera, aserraban por secciones y diariamente salían al mercado carretadas de grandes tablones.
La tala se trabajaba ladera tras ladera. Al concluir con la primera, se continuaba con la segunda y la tercera en forma de círculo; mientras, atrás ya crecían los nuevos arbustos que pronto se convertirían en adultos aptos para el filo de las hachas. Así pues, la madera nunca se acababa, convirtiéndose en una infinita fuente de riqueza.
Sin embargo, el ecosistema no estaba de acuerdo; su presencia era para que todo mundo lo disfrutara y no se convirtiera en rehén de un puñado de taladores que incluso estaba dispuesto a matar quien enfrentara el cinturón armado que se había establecido. De esta manera, empezó a regatear sus dones. Los árboles que eran talados indiscriminadamente ya no volvían a renacer. La desaparición de lo que se consideraba un regalo de Dios, no fue obstáculo para el afán de enriquecimiento que nublaba la razón humana e impulsaba a proseguir devastando los bosques.
Pronto recibirían un inesperado castigo.
Fue una noche tormentosa de las que ya no se tenía recuerdo…Llovió sin conceder descanso. .El cielo estaba furioso y liberaba su cólera. Un chaparrón azotaba al Cerro Pelón La población, con el miedo en el alma, aguantaba en sus casas. Entonces no valía plegaria que existiera.
-La verdad no tuvo misericordia de Dios -advirtió el viejo Matías, al tiempo que con los dedos de su mano derecha hacía la señal de la cruz y se santiguaba empezando por la frente y proseguía en orden descendente por la nariz, ambos lados de la boca, la barbilla y finalmente el pecho. Aseguraba que el implacable temporal era otro diluvio universal: “Llueve que llueve, tanto así, que no se veía para arriba. Entonces empezó todo: se hizo un silencio mortal y la montaña empezó a temblar. Después, muy despacio, sin asomo de prisa, lentamente se fue hundiendo como si se la tragara un pantano, arrastrando consigo casas y colonos. No existía salvación para nadie. No había por dónde escapar”.
El anciano hizo una pausa y después con el susto en la boca, expresó: “Fue horrible, señor. El Cerro Pelón se hundía y se hundía despacio, muy despacio, como si no tuviera prisa y alargara la agonía de quienes no supieron compartir su riqueza. Por dondequiera se escuchan lamentos de terror y suplica, En tanto, seguía hundiéndose hasta desaparecer de la faz de la tierra, dejando tras de sí un tenebroso aullido de agonía. Entonces dejó de llover…
Al siguiente amanecer no se encontró ni huella de él. Sólo una desolada llanura.
-¿Qué cómo me salvé de morir sepultado? Ay, señor; por fortuna soy tan viejo que no puedo levantar ni pico ni hacha. ¿Entonces para qué iba a subir al Cerro Pelón? Pero de algo sí estoy cierto: soy el único que vio como se hundió y que tarde o temprano, la tierra también me tragará. Lo sé. Soy el único que falta…

Tuesday, January 20, 2009

LA RECESIÓN ECONÓMICA

LA RECESIÓN ECONÓMICA

Por José Dávila A

Desde que en el recién finado año 2008, políticos, economistas, videntes, agoreros, pregoneros, adivinos, hechiceros, incluyendo el socorrido gremio de los brujos, han recurrido a la palabrita “blindar” en un intento por proporcionar seguridad a la ciudadanía ante los pronósticos de que el recién nacido 2009 será un año en extremo difícil, nuestro héroe, Filomeno Poca Suerte, decidió “blindarse” contra las negativas repercusiones de una inminente recesión económica.
Y decidió “blindarse” porque la famosa palabrita le hizo gracia al ponerse de moda en todos los círculos oficiales, políticos, sociales y medios de comunicación. Sin embargo, ¿por dónde empezar? Inquieto, Filomeno al no comprender a ciencia cierta el significado del vocablo, decidió indagar en el diccionario:
“Blindar: acorazar y proteger con planchas de diversos materiales contra agentes exteriores como proyectiles, radiaciones, etc.”
-Ahora empiezo a entender –razonó con admirable intuición. Sin embargo, decidió investigar aún más:
“Blindaje: revestir con chapas metálicas de protección: blindar un carro de combate”.
-¡Como los taques Sherman M4 que invaden la franja Gaza! –exclamó Poca Suerte.
De esta manera, empezó a percibir que los bancos mercantiles, para impedir una estampida de recursos económicos por parte de sus cuentahabientes, aseguraron estar “blindados” contra cualquier emergencia que pudiese presentarse en el futuro. Así pues, las inversiones de su membrecía estaban “amuralladas” y no corrían ningún riesgo.
-Buena decisión –aprobó no sin cierto regodeo.
Al mismo tiempo, el gobierno, en voz de su presidente en turno, aseguraba estar “blindado” para que no sufriese menoscabo la economía nacional.
-Entonces no hay nada que temer –dedujo con admirable convicción.
A la par, la élite empresarial, a través de su vocero oficial, hacía alarde de estar “blindada” desde el año pasado por aquellos de las “condenadas moscas”. Sin embargo, se sabía tras bambalinas que ya habían puesto a buen resguardo su riqueza patrimonial, obviamente, “blindada”.
-Más vale prevenir que lamentar –afirmó “Fili”, como le decían de cariño en casa.
Por supuesto, las Cámaras de Comercio también habían saltado a la palestra publicando grandes desplegados en los medios impresos, informando que su “blindaje” a favor de sus distinguidos socios, estaba protegido a prueba de indeseables vaivenes de la veleidosa moneda nacional.
-Más vale pájaro en mano que ciento volando- comprendió de inmediato.
Más tarde, tras una reunión de la Confederación de Cámaras Industriales, se advirtió que para enfrentar la tormenta económica que se avecinaba, habían decidido adoptar urgentes ajustes relacionadas con paros técnicos, disminución de jornadas laborables, despido de personal, austeridad administrativa, programas para recortar egresos y cancelación de prestaciones laborales. Sin embargo, no se informó que ya ascendía a 400 mil los desempleados.
-¡Ay que “jijos” de su blindada maternidad! –reprobó molesto.
Por supuesto que, aprovechando la oportunidad, surgió una innovador instituto: “Servicios de Blindaje a Ejecutivos”, con base en un intensivo asesoramiento, incluyendo a sus agentes de seguridad privada y escoltas para esposas afligidas.
-¡Claro! No podían faltan los oportunistas –reflexionó Fili con enojo.
Sin embargo, la clase media y los estratos más paupérrimos de la población, no estaban “blindados” en contra de una ola especulativa mercantil y la devaluación de la moneda que se desató en aras de una recesión que llegó del exterior.
-Por vez primera ahora no fue culpa del gobierno –reflexionó a manera de consuelo.
Ya no quiso indagar más. Alarmado por las malas noticias, siempre previsor, Filomeno Poca Suerte, decidió “blindarse”.
Sin dudar un segundo, almacenó víveres, agua, velas, ropa, sábanas, cobertores, cuentos de Mafalda, veneno contra las ratas, y se dio a la tarea de “acorazar” su casa, soldando gruesas láminas de acero en la fachada, en la barda posterior, en las ventanas del segundo piso y, por supuesto, cubrió todo el techo.
Su hogar era un impenetrable bunker que hubiera envidiado el mismo Hitler. El único problema es que se olvidó de las puertas.
Ahora si existían motivos de preocupación para “desblindarse”…



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Saturday, January 03, 2009

LA CONFESIÓN DE APOLONIO

LA CONFESIÓN DE APOLONIO.
Por José Dávila A.

La enorme nave de la iglesia estaba en silencio y sólo iluminada a intervalos por los rayos del sol del atardecer que se colaban por su altos ventanales. Un ejército de bancas de madera fue testigo de la presencia de un joven sacerdote con sotana negra, escapulario a la cintura y misal en mano, quien al pasar frente al altar mayor, bajó la cabeza en señal de reverencia al Altísimo, se persignó, y prosiguió su camino hacia el confesionario en donde ceremoniosamente se encerró.
Tras rezar un padrenuestro, descubrió el velo de la ventanilla izquierda y con voz baja, susurró: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. A continuación, expresó: “Te escucho, hijo mío; confiesa tus pecados”.
Fuera del confesionario, hincado en un reclinatorio, estaba un hombre calvo, de rostro demacrado, tupida ceja, ojeroso, poblada barba, de edad avanzada y ciertamente decaído.
-Me llamo Apolonio, padre, pero de cariño me dicen “Apo” –advirtió arrastrando una voz cascada.
-¿Qué puedo hacer por ti, Apolonio?
-Aquí en confianza, mejor dígame “Apo”, es más fácil y familiar.
-Está bien Apo, siempre es bueno confesarse cuando empieza un nuevo año.
-¿Cómo? Este…bueno…no sé…yo sólo venía a…
-No te avergüences, hijo mío. Comprendo, anda, te escucho- insistió el confesor.
-Apo, padre, Apo.
-Está bien Apo, dime tus pecados -apresuró el religioso.
- Es que ya estoy tan viejo que ya ni me acuerdo qué debo confesar…
- Tus pecados, hijo; abre tu corazón a Dios y confiesa tus tormentos.
-¿Tormentos? ¿Cuáles tormentos? No me asuste padre.
-Está bien, Apo, está bien. Me refiero a tus faltas.
-¿Pues ya cuales padre? Nomás dígame a los 79 años de años ¿qué puedo confesar…?
-Algo que te atormente y quieras arrepentirte.
-Viera que no, padrecito. Nunca me he visto en la hoguera del martirio –aseguró Apo.
-Vamos, vamos. ¡De algo podrás acordarte! -.empezó a desesperar el eclesiástico- ¡De algo tendrás que arrepentirte!
- Pues sí, ¿pero como de qué…? –ahora si confesó ignorancia el anciano.
--No lo sé, tú mejor que nadie lo sabrá.
-Bueno, pues veo la televisión.
-Todos vemos la televisión, hijo mío; eso no es pecado- aceptó el padre en tono conciliador.
-¿Hasta las telenovelas?
-Bueno…pues sí.
-Entonces me confieso que se me brincan las lágrimas cuando sale en la pantalla una mujer en ropíta interior.
-¡Calla! ¡Es el diablo quien guía tu conciencia!
-¿Seguro, padre?
-¡Segurísimo!
-No padre, no tan sólo son las lágrimas; también el corazón se me altera como si fuera un tambor.
-A ver, vamos por el principio: ¿Estas casado?
-Lo estuve, padrecito. Creo que con siete mujeres.
-¡Siete veces! ¿Esposas o amantes?
-No padre, se lo juró, no fueron amantes.
-¿Entonces no vivías en amasiato?
-Tampoco, padrecito, por éstas que no –confirmó Apo
-Pues no te entiendo…
-Estuve casado siete veces con todas de la ley; se lo prometo –acentuó con vehemencia el viejo haciendo con la mano derecha la señal de la cruz y besándola con vehemencia.
-¿Al mismo tiempo, Apo? –exclamó con asombró el confesor.
-¡Ni Dios los quiera, padre, me hubiera vuelto loco!
-Perdón, perdón, hijo mío; es que me alarmas con todo lo que dices. A ver, dime, porque hablas de que “tuviste…”
-Porque toditas se murieron padre.
-¿Todas se fueron al cielo?
-A lo mejor, padre. La verdad no lo sé, nunca las vi volar.
-¡No seas…no seas…! Mejor, mejor prosigue.
-Debo advertirle que todas eran buenas personas. Creo que la primera era cuando tenía 23 años de edad. Lo que no me acuerdo es si fue Elena, Casimira, Elodia, Eduarda, Dolores o Crisanta. ¡Sí, sí…fue Crisanta!
-¿Y de qué murieron, hijo mío? –preguntó curioso el confesor.
-Pues a Elena la atropelló una bicicleta; Casimira se intoxicó con taco de carnitas; Elodia, se resbaló en la tina del baño; Eduarda se cayó de un balcón de tres pisos de altura, cuando regaba sus macetas Y Dolores, creo que de mal de ojo; bueno eso me dijo la yerbera Juliana, buena mujer de de los rumbos de Río Frío, que hacía pócimas para el dolor de tripas. De las demás, la verdad que ya ni me acuerdo. Pero ha sido muy triste, padrecito, muy triste. Siempre viudo y viudo, una y otra vez...
-Así lo quiso el Señor –advirtió con resignación el clérigo.
Después de un respetuoso minuto de silencio, se animó a preguntar: “¿Y cuántos hijos tuviste, hijo mío?”
--Ninguno, padrecito -aseguró el ya casi octogenario.
-¡¿Ninguno?!
-No hubo tiempo.
-¿Cómo qué no hubo tiempo?
-Pues ya sabe lo caprichosas que son las mujeres. No siempre a las primeras de cambio encargan. La verdad que algunas me salieron “saladas” y con el resto que estaba más puesto que un tigre….pues ya era tarde
-¿Tarde? ¿Por qué?
-Pues, pues…cosas de la edad, Usted entiende, ¿no?: me pegó el climaterio masculino.
-¿Climaterio masculino? No entiendo, hijo. Querrás decir andropausia
-¡Pues eso mismo! La mera verdad que ya no podía: mi cabeza decía que si, pero, pero, lo principal decía que no. Entonces, cuando mucho se trataba de unos besitos y ya… ¿Ahora me comprende?
-Lástima, digo, ni modo, hijo, ni modo; así es la vida. Con el tiempo van mermando muchas cosas. ¿Cuándo te casaste por última vez? –preguntó curioso el sacerdote.
.Pues hora lo verá, como hace un mes.
-¿Un mes? Entonces tienes una esposa viva.
-No padre, tampoco; se murió de un aire en el pecho. No le digo que tengo mala suerte.
-Olvídate de las muertitas, hijo. Dime, estoy seguro de que alguna vez has pecado de pensamiento, palabra u omisión. ¿No es así?
- No, viera que no. Soy bien portado y mejor hablado.
-¡Entonces que deseas confesar! – gritó con desespero el pobre párroco.
Dudando un poco, Apo decidió decir verdad: “Es que no vine a confesarme, padre”.
-¿Entonces?
-Vine a pedirle me conceda una fecha para casarme otra vez, eso sí, por la santa iglesia como Dios manda…