Tuesday, March 24, 2009

CARTA A MI HIJA

CARTA A MI HIJA.
Por José Dávila A.

El tiempo se agota, hija mía.
Ha llegado el momento en que te escriba esta carta. Una carta que siempre he dejado pendiente pensando que aún sobraban años, días y horas, para escribirla. ¡Cuánto tiempo perdido, por Dios!
Tú bien sabes que soy un hombre que no descubre fácilmente sus sentimientos, un hombre de pocas palabras que prefiere expresarse con hechos. Qué equivocación… ¡Ahora me arrepiento mil veces de no decirte una y otra vez a voz en cuello cuánto te quiero!
Todos nacemos, vivimos y morimos. Este cartabón que se repite tenazmente, se llama vida. De las dos primeras ya me complací. Y ahora estoy muy cerca de la última. No hay reclamos ni arrepentimientos. Disfrute de tiempos increíbles, plenos de amor, aventura, tranquilidad, paz, tristeza y armonía. Por supuesto que existieron muchos y dolorosos descalabros. Sin embargo, tuve suerte: Me desenvolví en un mundo sin miedo, sin amenazas, secuestros o ejecutados. Se podía transitar por las calles de día y de noche sin temor alguno. Y sobre todas las cosas, hija mía, se vivía con respeto.
¡Cómo desearía heredarte ese mundo increíble!
Hoy se vive diferente: tienes que estar permanente en guardia. Sin embargo sigue vigente la máxima de que “el que obra bien, bien le va”. Estoy cierto, como jamás lo había estado, que te espera con gran provenir. No lo dudes. Y cuando suceda, no te olvides que te lo dijo tu viejo.
Ya soy hombre grande, bien lo sabes. Mis huesos rechinan, pero mi mente está despierta y mi corazón de león aún ruge y reclama más vida.
Ahora tengo la preciosa oportunidad de dejarte este legado, de mi puño y letra, en donde te heredo mi único tesoro: mi amor inmortal. Porque bien sé y que Dios me perdone, que dondequiera que viaje mi alma siempre estará cuidándote, arropándote, como cuando eras mi niña y se mantendrá en constante vigila durante tu progreso como ser humano.
Hoy eres toda una mujer y una madre ejemplar. En tu yo interno, en diálogo con tu alma, ahora comprendes lo difícil que es educar a los hijos; proporcionarles los principios básicos de una vida recta, honesta, productiva. Quizá sus caprichos o travesuras ya te empiezan a sacar canas y te hierve el estómago cuando les aplicas un castigo.
Sin embargo, ese es el rol que en ocasiones veces tenemos que desempeñar. Educar no es cosa fácil. Nadie nos enseña cómo hacerlo. Se aprende en el camino sin cargar culpas ajenas cuando obras de buena fe. Sin embargo, el gusanillo de la conciencia nos interroga si obramos bien o mal. El secreto es balancear ambas actitudes, porque la una va amarrada a la otra. Si actúas con justicia no hay espacio para el remordimiento. Y un día, llegará la recompensa…porque siempre llega.
Ahora soy un hombre viejo, pero pleno de orgullo de tener una hija ejemplar como tú. Al verte feliz, amorosa, celosa de tu hogar, honrada, responsable, amante de tu esposo, incansable en perseguir las metas que te has propuesto, doy gracias al cielo.
Todo en esta vida, mi amor, se resume en una palabra: actitud.
Mi cuerpo se encorva, pero no la voluntad de vivir. Es una llama que no se extingue porque aún me siento joven y con un inmenso gozo por la vida. No te preocupes por mí hija adorada, porque bien sabes que rechazo la derrota. Sólo Dios dirá la última palabra…
Impaciente, aguardo el día de que nuestras miradas otra vez se encuentren y, por favor, no digas nada si ves que se me escapa. una lágrima…
Tu padre.

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