Wednesday, October 29, 2008

VIEJOS AMIGOS

VIEJOS AMIGOS

Por José Dávila A.

En la vida es difícil hacer nuevos amigos, pero es más difícil hacer viejos amigos…
Tal razonaba con cierta nostalgia Nicandro Pompeyo Abad, hombre entrado en años y por años emparentado con las quejumbres. La soledad que diariamente se había convertido en su amiga íntima, se lamentaba de que su “señor” se sintiera inútil y desamparado.
Como testigo mudo de su aislamiento era el teléfono que padecía de mutismo crónico. Rara era la ocasión en que despertaba su timbre y el repicar hacia pegar un salto de alegría a Nicandro con la esperanza encendida de escuchar la voz familiar o de un amigo, sea nuevo o viejo.
Sin embargo, la llamada no era para platicar o saber de él, para indagar su salud o conocer de su diario devenir. Se trataba de una voz impersonal que preguntaba por un tal Nicandro Pompeyo Abad. Al asentir el aludido, se disparó un aluvión de índole comercial advirtiéndole que era uno de los cinco agraciados a suscribirse a un extraordinario fondo de inversión del Banco “La Buena Fortuna”.
Por supuesto que, desilusionado, Nicandro respondió con un rotundo “¡no!” y colgó enérgico el auricular.
“Vaya descaro. ¿Con qué derecho se permiten invadir mi privacidad?”, infería para sus adentros, cuando el teléfono de marras despertó de nueva cuenta. “¿El señor Nicandro Pompeyo? ¿Sï? ¡Buenos días, señor, le hablamos de los almacenes “Rancho Viejo” para comunicarle que estamos ofertando a nuestros clientes leche de vaca y una increíble batidora de cocina que…”
-¡Yo no sé cocinar! –respondió violento.
Sin embargo, lejos estaba de imaginar que se desataría un torrente publicitario que no le concedería punto de reposo.
“Señor Pompeyo le hablamos de Seguros La Vida Garantizada y…”
-¡Ya tengo seguro! –advirtió con furia.
“Disculpe la molestia, soy representante del Hospital La Vida Eterna y estamos lanzando un nuevo programa de membrecías que incluye desde el tratamiento de un simple juanete hasta un trasplante de corazón y…”
-¡Váyase por un cuerno!
“Queremos hacer de su conocimiento que ya contamos con servicio funerario con vigilancia de 24 horas a domicilio y con cobertura en el extranjero”.
-¡Que se muera su abuela!
“Le hablamos para notificarle que usted resultó ser uno de los agraciados de nuestra tienda “Arca de Noé”, que le obsequia sin costo alguno una tarjeta de crédito sin limite de…”
-¡No me interesa!
Sin embargo, pese a sus reiterados rechazos a lo largo del día, por la noche se volvían a repetir los “promos” y se prolongaban a la mañana siguiente, incluyendo otras opciones para comprar, suscribirse, contratar servicios, o en su defecto para despertar su codicia, al hacerle participe de ser candidato a ganar un millón de pesos o ser el feliz afortunado en la rifa de un automóvil último modelo, de la cual ni siquiera había comprado un boleto.
Sin embargo, Don Nicandro, curtido lobo de mar no picaba el anzuelo y ante la riada de promocionales se defendía a capa y espada: “¡Ya dije que no! ¡Bórreme de su lista! ¡No quiero! ¡No, no estoy inválido! ¡Basta ya! Otra vez los del mismo banco ¡váyanse al carajo! ¡¿Qué demonios le importa si soy viudo!? ¡Con mil demonios que no! ¿Acaso no entienden el español? ¡No, no, no, y mil veces no!
Mas, indiferentes, con insultante terquedad se repetían los mensajes de los mismos empresas o se sumaban nuevas propuestas: ofertas de hoteles, campos de golf, liquidaciones de supermercados, ventas de computadoras, promociones de automóviles nuevos a cuatro años sin intereses, opciones de inversión para un futuro promisorio, damas de compañía, agencias de viajes, ventas de casas, líneas aéreas y, para variar, más y más bancos. La cruel insistencia se tornaba, desalmada, enloquecedora.
Y Nicandro seguía descolgando el teléfono con la esperanza de escuchar el saludo de una voz conocida. La frustración le carcomía. No le hablaban ni sus hijos. Tras una prolongada cólera, terminó por suplicar que se olvidaran de él, pero fue tan inútil como querer que del cielo lloviera dinero. Lo que llovió fue otra novedad:
“Le distraemos un instante de su valioso tiempo para poner a su disposición un base de datos para que haga nuevos amigos…”
-Por mi santa madre, suspiraba Nicandro.
Alucinado, decidió poner un “¡hasta aquí!”: de un tirón destripo el cable telefónico. Tras la brutal muerte súbita, impero un profundo silencio. Por fin, la calma retornaba al hogar de Pompeyo Abad, quien convencido se dijo asimismo: “Me basta con mis viejos amigos, difícil convivir con ellos, pero han sido fieles.”
Y empezó a hacer un repaso de ellos: “A ver: la artritis hace más de 30 años que me acompaña día y noche. ¿La diabetes? Humm, ¿cuándo se inició? Ya; creo que hace 15 años. ¿Y qué hay de la hipertensión? Definitivamente la conocí primero que a la artritis, en mis años mozos de juventud y se tornó inseparable. ¿La migraña? Caray, no recuerdo bien, pero quizá hace un par de decenios. ¿Y qué de la disfunción renal? De ella si recuerdo bien, me nació hace un lustro y amenaza con ser un inquilino perpetuo. ¿La anemia?; bueno esa vino de la mano con la anterior. ¿Y la mala circulación en mis pies que luego amanecen como tamales de doña Poncha? ¡Uy!, la verdad que ya ni me acuerdo cuando tocó a mi puerta. Y de remate hace poco que se asiló la ciática ¡y esa sí que duele!
Tras unos breves momentos de reflexión, concluyó: ¿Una base de datos para nuevos amigos? Sería cosa de locos. Me basta y sobra con los viejos amigos.

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