Monday, May 19, 2008

EXPO FUNERARIA




LA EXPO FUNERARIA

NARRACIONES DE UN JUBILADO (II)

Por Josè Dàvila A.

Cuando en el hogar de Don Augusto, le dejaron bajo la puerta un folleto con motivo de la inauguración de un nuevo concepto funerario en donde ya no existirían lápidas ni cruces ni estatuas ni criptas familiares, sino un circuito computarizado diseñado para la pronta localización del sitio exacto en donde fueron sepultados los seres queridos que se adelantaron en el camino, se quedó asombrado.

Asimismo, se le anexaba una invitación para la regia inauguración de “La Primera Expo Funeraria del Tercer Milenio” a partir del día dos de noviembre -día de los Santos Difuntos- subrayándose que por tan relevante suceso se ofertarían lotes y sofisticados féretros de tecnología de punta, con atractivos descuentos en compras de contado (deducibles de impuestos) o en su defecto sugestivos paquetes de 12, 24 o 36 amortizaciones mensuales sin intereses, en caso de las tarjetas de crédito.

El Don no podía creerlo. La extinción de los tradicionales cementerios carcomidos por la añosa pátina, plagados de tumbas coronadas con mutilados ángeles alados y vírgenes de yeso, crucifijos de cemento y santos patronos, estaba en marcha. De igual forma desaparecían los desquebrajados tiestos de cemento en donde quizá una vez al año se colocaba un ramillete de flores, y desde luego ya no se labrarían en piedra los mensajes familiares de despedida, así como el año en que nació y murió el occiso de referencia. Todo lo anterior gracias a las maravillas de la arrolladora globalización que devora a la humanidad.

Al concluir la lectura del folletín publicitario, Don Augusto estaba más que excitado y corrió en busca de su inseparable compañero:

-No me lo va usted a creer, ofrecen cosas tan maravillosas que hasta me dan ganas de morirme –aseguró vehemente.

-¡¿Cómo dice!?

-¡Qué se acaban los panteones, amigo mío! No más lápidas y luctuosas coronas de flores.

-No puede ser –musitó aterrado, quien también gestionaba su cambio de estatus de pensionado a jubilado- ¿Entonces dónde nos van a enterrar a usted y a mí?

-No se espante -atajó con prosapia, el Don- Ahora será distinto. Todo se reducirá a hermosas y extensas praderas de verde pasto que relajarán el pensamiento y el espíritu, clausurando de inmediato el remordimiento que provoca la visita a una ruinosa sepultura.

-Si ahora se trata de un campo de golf celestial ¿cómo saber en dónde quedaron nuestros huesos?

-Muy sencillo –respondió exultante, el Don: “Los sepulcros tendrán un chip de localización satelital. De esta forma, los dolientes harán uso de un control remoto de bolsillo para pulsar un “password” secreto y por obra de magia, de las profundidades de la tierra emergerá una discreta antena con un intermitente rayo láser, indicando el lugar exacto de la fosa requerida.

-No lo puedo creer.

-Pues créalo. ¡Ah!, se me olvidaba. Hay que estar muy listos, porque la señal permanecerá al aire por escasos segundos, a fin de evitar la indeseable presencia de posibles saqueadores de tumbas. De esta forma, se garantiza el descanso eterno del inquilino. Además…

-¿Además qué, Don Augusto?

-Por ésta única ocasión estarán expuestos los lechos mortuorios de Tutankamòn, Napoleòn y Stalin.

-¡No lo puedo creer!

-Ya le contaré amigo, ya le contaré al detalle –aseguró el Don con disimulada arrogancia.

En efecto, nuestro admirado personaje acudió a la apertura de la prometedora exposición. De entrada fue recibido por un ramillete de hermosas edecanes que, sonrientes, le colocaron un “pín” de color morado en la solapa del saco, haciéndole sentir como un prometedor candidato a convertirse en uno de los primeros colonos a poblar los panteones electrónicos.

-¡Nunca se había sentido tan vivo como en esos momentos! –confesó. Tras de ser objeto de tan exclusiva distinción, se le escapó un involuntario y largo suspiro al recorrer con su lacrimosa mirada aquellos cuerpos sensuales que no tenían ninguna relación con un velorio. ¡Claro! Una expo sin la presencia de bellas jovencitas con mini blusas y mini faldas, que difícilmente ocultaban mini tangas, no sería una exhibición competitiva.

Feliz, convencido de haber rejuvenecido con tan inusitada bienvenida, se dio a la tarea de recorrer las deslumbrantes promociones de los ataúdes más sofisticados. Contrario a lo que pudiera suponerse, prevalecía una atmósfera festiva, huérfana del menor viso de solemnidad o severidad. Vaya, ni por asomo un presagio sombrío. La iluminación era deslumbrante, como sin un nuevo sol hubiera nacido en su interior. Lejos de que la música ambiental se identificara con un réquiem de Mozart, por doquier predominaba el estridente ritmo del rap “Del Muerto”.

Algunas de las cajas fúnebres estaban dispuestas en espectaculares plataformas de movimiento circulatorio para que detalladamente fueran admirados su diseño, manufactura, terminado, comodidad, y color. En la lenta rotación, lánguidamente se levantaba o cerrada la tapa del mismo, dejando al descubierto la fina textura de las telas que acogerían al fututo cadáver y los resplandecientes remates de plata pura. Por supuesto, estaba prohibido acostarse en ellos, como quien se prueba un zapato nuevo, por considerarse de mal gusto.

Don Augusto, deambulando lento, iba de sorpresa en sorpresa. En cada uno de los exhibidores, los féretros variaban con sorprendente creatividad. Admiró desde la inviolable presentación germana que impedía el vano intento de escapatoria de suegras desahuciadas, hasta los catafalcos para narcotraficantes clonados, revestidos con hojas de marihuana y grapas de cocaína, pasando por cajones para terroristas con chalecos de bombas bajo las forros; nichos con cerrojos secretos y un par de AK-47 en cruz para comandantes policíacos, y sarcófagos ornamentados con rosas y alcatraces para matrimonios suicidas. De igual forma llamaba la atención un ataúd de doble piso, para la inhumación de apasionados amantes, equipado con un sistema rotatorio para que pudieran intercambiar posiciones: arriba o abajo.

Al retornar a casa, Don Augusto visiblemente se mostraba insatisfecho. Su amigo, se frotaba nervioso las manos, en espera de una amplia descripción de tan singular exposición. Ante el desesperante silencio de neo jubilado, decidió interrogarle.

-¿Cómo le fue?

-Bien.

-¿Bien a secas?

-Si; he visto mejores muestras.

-No me diga.

- Fue como asistir a exposición de nuevos modelos de automóviles. Me causò una profunda desilusión. ¡Vaya!, ni siquiera un coctelito ofrecieron.

-¿No hubo tragos ni botana?

-¡Ni siquiera un botellín de agua! –subrayó contrariado el Don

-Pero cuénteme, cuènteme de Tutankamòn, y de Napoleón y de Stalin.

-Ay, amigo, qué decepción.

-¿…?

-El sarcófago del último rey de Egipto, era una vulgar copia de plástico y al abrirlo, encontré en su interior un muñeco de trapo vendado de cuerpo entero y la famosa máscara funeraria de oro, era una vulgar copia “pirata” de latón.

–No me diga…

-En cuanto a Napoleón, su mausoleo era tan imponente que ni siquiera se podía tocar. El armatoste seguramente fue diseñado para evitarle la posibilidad de padecer una enésima infidelidad de Josefina y otro desastroso Waterloo.

-¿Y qué me dice de Stalin?

-¿Stalin? ¡Ah sí Stalin! El asesino tirano de triste memoria Me lo encontré muy pensativo, sentado a la salida de la expo en una silla apolillada.

-¿Pensativo?

-Si, creo que estaba cavilando cómo explicar al Kremlin la pérdida de su imponente féretro con cubierta de cristal que hacía posible que, anualmente, se captara una considerable derrama de rublos para la Federación Rusa, por miles de turistas ávidos de contemplarle de cuerpo entero en perfecto estado de conservación.

¿Usted cree que estaba pensando en…?

-¿En Siberia? Puede ser…

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