Monday, August 27, 2007

LA CITA

LA CITA
Por José Dávila A.

Empecé a conocerla por internet...
No, no se trata de la misma historia del “chat”. Nada parecido a ello. Todo lo contrario: ninguna intención de realizar compromisos virtuales, de intercambiar fotografías personales o de exponer pensamientos melosos con el propósito de vender una caricatura de mi verdadera imagen personal. Todo ello, con el fin de encontrar una pareja.
No, nada de eso. Me niego a refugiarme en el anonimato para engatusar al “enemigo” consumiendo horas, días y semanas, con el fin de tener compañía.
Si de algo no deseo saber nada es del amor.
Tras repetidos y dolorosos desencuentros con el sexo opuesto, me convertí en un hombre solitario y guardé luto al extraviar el rumbo sentimental de mi vida. Nunca imaginé que así desembocaría mi destino, pero...
Ahora lo que me consuela es cruzar algunos parlamentos frente a la pantalla del computador para hacer más llevadera mi soledad. ¿Quién me iba decir que en la última etapa de mi vida habría de culminar cruzando en corto algunas palabras de aliento con entes invisibles?
Me gusta escribir y ahora me dicen que soy un “escritor”. Aún me sorprende el concepto.
Me inicié en las trincheras del periodismo. Nada de escuelas ni cursos de comunicación social. A golpe cincel me fui forjando como fotógrafo, hasta que mi Director me hizo la proposición de que escribiera mis propios reportajes. ¿Escribir? ¡Jamás había pasado por mi mente! Sin embargo, en el yunque de su sabiduría me fue formando hasta el grado de colgar las cámaras y entregarme de lleno a la redacción.
Años después, cuando una enfermedad de la que nunca podré deshacerme me atacó, pasé a formar parte del ejército de los pensionados. ¡Dios Santo! ¿Y ahora qué hacer? En aquellos tiempos de incertidumbre y frustración, un buen amigo me rescató del pozo de la incertidumbre al proponerme escribir cuentos, historias, vivencias. Entonces encontré un resquicio tras el cual fugarme del letargo que me consumía.
Y sí, empecé a ensayar, a narrar, liberar la imaginación y resucitar personajes que habitaban en el camposanto de mi olvido. Entonces quise probarme exponiendo mi trabajo en páginas web de escritores y evaluar los resultados. Para mi suerte me inserté en un nicho de colegas encadenados por el amor a las letras y con el exclusivo deseo de plasmar y compartir su sensibilidad y pensamiento.
Cuando prevalece el respeto no existe obstáculo que impida una relación de concordia y armonía derivado de la febril libertad de expresión, dejando tras de sí un testimonio de imaginación y creatividad.
Fue entonces cuando empecé a conocerla. Me cautivó su nítida y elegante capacidad de escribir. Con el tiempo nuestros comentarios empezaron a tejer un fino capullo de franca amistad, hasta empezar a conocernos con más apertura vía mail.
Del trabajo, pasamos a saber de nuestras profesiones, inquietudes y metas, así como enterarnos de nuestras familias y preocupaciones. Poco después me sorprendió que me invitara a conocer su página web e incluirme como uno de sus escritores invitados, lo cual consideré un gran honor.
Con el andar de tiempo, llegó el día en que por motivos de su profesión ella viajaba a mi ciudad y deseaba platicar conmigo. De golpe sentí una gran alegría. ¡Iba a conocer a una persona que admiraba tanto! Sin embargo, de inmediato me sacudió el miedo. Jamás le había contado que era una persona incapacitada, que el mal que cargaba en mis espaldas me había quebrado el cuerpo pero no el espíritu.
Sin embargo, no podía dejar de conocerle. Mientras me dirigía a la cafetería en donde se celebraría nuestra reunión, poco a poco un pensamiento de inseguridad me iba doblegando la voluntad ¿Qué imagen le iba a causar mi presencia física?
Con paso renqueante me fui acercando a su mesa, cuando ella levantó su mirada…
Al verme sostenido de una andadera, adiviné en sus ojos un destello de desconcierto y su semblante se ensombreció.
Incierto, detuve mi paso y escuché una vocecita de arrepentimiento en mi interior: “Lo sabías, lo sabías ¿no es cierto?”
Entonces, sucedió.
Lento, ella se levantó y con un suave ademán me invitó a sentarme a la mesa. Después, una brillante sonrisa iluminó su rostro y me dijo: “A ver cuentero, cuenta...”

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1 comment:

Mª Ángeles Cantalapiedra said...

Mi querido compañero de letras, no sabía que tenías un blog; buen escaparate para mostras tus excelentes cuentos; tienes una pluma maravillosa y merece la pena que te conozca rl mundo entero.
Un abrazo
MªÁngeles Cantalapiedra
PD.te sugiero que pongas los comentarios de otra forma para que todo el que quiera dejarte unas palabras, lo pueda hacer.
http://laslolasdeidem.blogspot.com/
http://contartecosas.blogspot.com/