LA REBELIÓN
Por José Dávila A.
El decreto fue tajante...
Los muertos de San Sebastián el Alto tenían que abandonar sus tumbas El cementerio en donde desde hacía muchos años descansaban en santa paz, había sido expropiado. Para el gobierno el motivo del desalojo era de vital importancia estratégica para detonar el crecimiento económico del país: Los terrenos habían sido escogidos para construir el primer Casino al estilo Montecarlo a fin de combatir la pobreza extrema.
La noticia causó estupor entre las ruinas de esqueletos cuyos títulos de perpetuidad, como por obra de magia, habían caducado. Era cierto, en el nuevo país del cambio, la perpetuidad ya no era perpetua, es decir, se había dispuesto estipularle un tiempo determinado. ¿Cuál? Aún no lo definían los dirigentes de las bancadas políticas de oposición, frotándose las manos por las regalías que, bajo la mesa, obtendrían por aprobar la propuesta del Ejecutivo por mayoría absoluta.
Indignados, al grito de ¡”La tierra es de quien la habita!”, los muertos de San Sebastián el Alto, fueron a consultar a los vecinos del camposanto de San Sebastián el Bajo. Quien encabezada la procesión, era don Apolonio Zambrano, mejor conocido como el “Bombazo de Acapatzingo”; en combate revolucionario de fuego graneado perdió ojo, mandíbula, costillas, brazo y pierna izquierda de un certero cañonazo de las fuerzas federales. Después, con medio cuerpo sobreviviente a la epopeya, fue nombrado Comisario Ejidal Vitalicio por ordenanza de Emiliano Zapata.
La procesión era patética. A quien no le faltaba el hueso mastoideo y las cuatro vértebras cervicales, tenía perforado el parietal y extraviadas las muelas, el fémur y el peroné; asimismo, hacían acto de presencia los decapitados cargando su cabeza como preciado trofeo, así como los cojos y los mancos que ni con engrudo habían podido pegar sus esqueletos para presentarse en buenas condiciones de conservación. Por supuesto, también desfilaban otros aún más tullidos que llevaban las piernas acunadas entre los brazos faltos de clavículas, húmeros y falanges. De plano, los más ruinosos arrastraban la mitad de su armadura ósea en viejos costales de yute.
Además, los fallecidos estaban enterados por los noticiarios de cable visión que las sepulturas serían liquidadas al precio de veinticinco centavos el metro cúbico, en referencia al último avalúo catastral registrado antes de que el caudillo muriese cobardemente emboscado en la hacienda de Chinameca. Por lo tanto, como siempre acontece en nuestro país, el Congreso de la Unión estaba actuando conforme a derecho.
-¡No venderemos nuestras tierras! –gritaba colérico Apolonio Zambrano, cuando se encontró a la mitad de la carretera que dividía los dos panteones, con su homólogo de San Sebastián el Bajo, Galdino Barrera, mejor conocido como el “Machetero”, no precisamente porque macheteara en la escuela las tablas de multiplicar hasta entrarle en la cabeza, sino porque a machetazo limpio hacía entrar en razón a quienes no deseaban observar la ley y el orden en Sebastián el Bajo, cuando apenas era rancho.
-¡Pos claro que no! ¡No venderemos nuestras casas! –confirmó Galdino, quien también comandaba a otra doliente manifestación esquelética, blandiendo un amenazante machete más oxidado y terroso que sus fosas nasales
-Óigame compadre ¿a usté por qué le expropian el panteón? –preguntó Apolonio
-Porque quieren poner un casino en la rotonda de los hombres ilustres, dizque con capital extranjero. ¿Y a usté? –reviró Galdino.
-¡Un casino igualito! Aí merito ónde está el hemiciclo a los héroes que nos dieron patria y libertad.
-¿Y cómo se va a llamar su casino?
-El Forum Azteca.
-¡Ah, jijo! ¿Y él de usté?
-El Forum Azteca II –confirmó Apolonio
-¡Ah qué jijos de toda su matriculada maternidad!
-Y lo que es pior compadre, quieren hacer los dados y las fichas de apuesta con nuestros huesos, con el cuento de darle al juego un toque histórico que no tienen otros casinos –advirtió muy molesto Apolonio.
-¡Ni madres, compadre! Sólo falta que las barajas las hagan con nuestros pellejos
-¡Vamos a levantarnos en armas!
-Usté querrá decir ¡levantarnos en huesos! –corrigió Galdino.
-¡Eso mero!
-¿Y cómo, compadre?
-Bloqueando la carretera; por aquí pasa todo el abasto para la ciudad –propuso Apolonio.
-¡A cerrar la carretera! –apoyó entusiasta Simplicio Buenaventura, campesino de nacimiento cuyo generoso patrón de la hacienda “La Providencia”,le había obsequiado como reconocimiento a toda su vida de trabajo, la primera tarjeta de débito para tienda de raya.
-!Órale mis esqueletos, pos a darle! –animó Galdino esgrimiendo una vez más el prehistórico. machete
Los muertos enterrados de los dos Sebastianes, con ejemplar solidaridad y espíritu de sacrificio se pusieron a trabajar como si estuvieran vivos. Bajo el parpadeo de la luz amarillenta de cirios y velas, acarreaban lápidas rajadas, cruces cuarteadas, restos de criptas coloniales, pedazos de angelitos de la guarda con las alitas mochas, ruinas de macetones, estatuas y astillas de ataúdes desvencijados. En cuestión de horas, habían levantado dos muros fúnebres. En medio de sendas trincheras los difuntos aguardaban impacientes a los representantes de la ley..
La nueva alborada coincidió con el día de “Halloween”. Traileros, peseros, gaseros, chafiretes, gruyeros, camioneros, taxistas y patrulleros, toparon con la inusitada barricada creyendo que campesinos lugareños se habían disfrazado, en son de broma, para sacarles unos pesos. Sin embargo, a medida que se levantaba la bruma mañanera y se acercaban a demandar libre paso a sus vehículos, empezaron palidecer: Frente a ellos estaban bien despatarrados esqueletos de verdad: la muerte se dibujaba en la cara, profunda la oscuridad en las vacías cuencas de los ojos, el infinito vacío en las fosas nasales, las bocas chimuelas sonriendo satánicas, henchidas las costillas al aire y las falanges de las manos empuñando, palos, fierros, piedras y por supuesto, Galdino el “Machetero” con la reliquia de machete en ristre.
-¡Nuestras sepulturas no se venden a ningún precio! –advirtió Apolonio con voz cavernosa
La estampida de los trabajadores del volante fue cómica y brutal. Temblorosos se encerraron a piedra y lodo en sus vehículos. Enmudecían. Lo que veían no podían creerlo. Frente a ellos dos centenares de esqueletos desarrapados y mutilados les desafiaban. Era una visión macabra. Fantasmal. Unos a otros, pasmados, se miraban en busca de una respuesta lógica. El congestionamiento de camiones, coches, camionetas, trailers, autobuses, en ambos sentidos, empezó a ser kilométrica. Sin embargo, no se escuchaba un claxonazo de protesta. Sólo el viento aullaba... En cuestión de horas se había provocado el caos vial mas silencioso en los anales de los bloqueos carreteros de que se tenían registro en el acontecer nacional.
Para reafirmar su posición, con los primeros rayos del sol, los cadáveres rebeldes enarbolaron las primeras pancartas:
“¡Los muertos unidos, jamás serán vencidos! ¡No al Forum Azteca! ¡Primero muertos que exhumados! ¡Esta tierra no se vende! ¡Las sepulturas son patria, alma y corazón! ¡Vivan los panteones de San Sebastián el Alto y el Bajo!
Las autoridades no podían concebir los despachos emitidos desde los helicópteros y las patrullas: “¿Qué son más de doscientos esqueletos? ¿Qué han bloqueado la autopista con las lápidas? ¡No se dejen engañar, es Día de Muertos! ¡Qué son mártires revolucionarios! ¿Cuántos son los muertos vivos? ¿Qué se niegan a la enajenación de los cementerios? ¿Qué es la manifestación de muertos más viva que jamás se haya contemplado?
Las increíbles imágenes, vía internet, ya recorrían el mundo entero. Era noticia de ocho columnas..“¡Muertos mexicanos exigen justicia!”; “Decreto oficial despoja de sus tumbas a humildes cadáveres mexicanos” “Fuentes oficiales, aseguran que con el nuevo casino, se construirá para los difuntos afectados un nuevo y confortable panteón bajo el régimen de condómino”, informaban comentaristas y reporteros de la CNN en español.. La reacción mundial no se hizo esperar. Organizaciones civiles de Europa, África, Sudamérica, Asia y Oceanía, exigían absoluto respeto al derecho de los muertos de descansar en paz en sus sepulturas particulares..
Diputados y senadores, sorprendidos por el imprevisto curso que tomaban los acontecimientos, nombraron una comisión negociadora a fin de zanjar favorablemente tan delicado problema.
Apolonio Zambrano y Galdino Barrera, previamente denunciados ante el Ministerio Público por ataques a las vías generales de comunicación, recibieron a los escamados legisladores. Después de todo, no todos los días conciliaban intereses con seres del más allá. Los líderes difuntos, con extremada tolerancia escucharon una retahíla de argumentos demagógicos. Cuando la paciencia les colmó el cráneo, advirtieron con voz de ultratumba.
-Nuestra tierra no se vende... ¡punto final!
-Pero es que los dos cementerios empantanan el progreso del país: tan sólo se trata de una prueba piloto para hacer despegar la economía nacional y...
-¡No vendemos! –aclaró tajante Galdino mientras se fajaba el machete en el costillar derecho.
-Nos obligan al uso de la fuerza pública. ¡Lo van a perder todo! –amenazaron los políticos.
-¿Qué mas podemos perder nosotros? Ya estamos muertos ¿y ustedes...? –observó sarcástico Galdino
-Viendo así las cosas, nosotros estamos legalmente vivos y ustedes ya no existen –se atrevió a encarar a Galdino el famoso diputado del tricolor que en sexenios pasados inventó la fórmula de inscribir a los muertos en el padrón electoral para que por unanimidad votaran por el partido oficial.
-¿Entos quién gana? –preguntó bronco Apolonio
-Nadie gana don Apolonio, nadie –dijo soberbio el diputado y después, con tono petulante, propuso-.. Mire usted, podemos llegar a un arreglo y firmar un convenio garantizándoles...
-¡La mano del muerto, qué! Ustedes no respetan, nomás engañan. Escúchenlo bien –reitero Apolonio: “¡Jamás podrán vencer a la muerte! A ver explíqueme usté: ¿Con qué la mataran?” Después entrecerrando las cuencas de los ojos, deslizó amenazante:.
-Si quieren tumbas, más tumbas tendrán....
Mientras tanto, en lo oscurito, los asesores de la presidencia ya habían puesto en marcha la “Operación Ósea”. Tres batallones de la elite de granaderos, perfectamente pertrechados con cascos con visera protectora, escudos romanos, toletes y granadas lacrimógenas, estaban prontos a entrar en acción. Confiaban en un ataque frontal: una caricaturesca carga de los seiscientos dragones. Tan sólo se trataba de quebrar más huesos de los que diariamente estaban acostumbrados.
Rotas las negociaciones, el primer contingente avanzó con sonoro paso veloz y cuando estaban a tiro de pichón, fueron recibidos por una andanada de cráneos descalabrados, desorejados y algunos con poco pelos, abollándoles a los elementos uniformados no sólo el casco sino hasta la conciencia. Una cosa era enfrentarse con los vivos y otra muy distinta con los difuntos, quienes para acabarla de amolar en los flancos de la carretera se habían atrincherado dentro de las fosas de su propiedad. La desordenada retirada policial fue saludaba por una clamorosa ovación de los camioneros.
La segunda embestida desató una furiosa lucha campal de fémures, rótulas y peronés contra toletes y escudos. Los cadáveres mantenían la superioridad: dos o tres huesos contra una sola macana. La paliza a las fuerzas del orden entrenadas especialmente por el FBI, fue de pronóstico reservado. Explosiva fue la alegría de los espectadores.
-¡Estos huesos sí se ven! ¡Estos huesos sí se ven! –gritaban felices los vencedores.
El comandante responsable de la fracasada “Operación Ósea”, cambió la estratégica: El último batallón de reserva se protegió con máscaras antigases y lanzó una granizada de bombas lacrimógenas. A los muertos, el gas les hizo lo que el aire a Juárez. Sencillamente el humo traspasaba los esqueletos sin efecto alguno; ya no tenían ni ojos, ni narices ni pulmones. Ahora sí que muertos de la risa, los esqueletos disparaban con resorteras centenas de vértebras cervicales, dorsales y lumbares, apófisis, carpos, metatarsos, falanges y de pilón, una andanada de sacros y cóccix Los granaderos ya no sentían lo duro si no lo tupido. Cubiertos de moretes, avergonzados abandonaron el campo de batalla, conscientes de no poder matar a la muerte.
. Entonces estalló el júbilo popular; las barricadas fúnebres se reforzaron con una veintena de trailers de doble caja..
El bloqueo se extendió hasta la noche de muertos. Ya no se intentó agredir a los inquilinos de ambos panteones. Mientras tanto, el pueblo fiel observante de sus costumbres, a los difuntos les llevaron de comer sabrosas viandas, les obsequiaron botellas de aguardiente y adornaron las barricadas con veladores y flores de cempasúchil.
A la mañana siguiente se les hizo llegar un lacónico mensaje: “Estamos dispuestos a mejorar la oferta inicial en un 500%”.
-¡No vendemos! –reiteraron con gravedad Apolonio y Galdino.
Minutos después, en cadena nacional se difundió un boletín informativo en donde el gobierno había girado instrucciones precisas para cancelar la expropiación de los cementerios de Sebastián el Alto y Sebastián el Bajo, alegando que existían múltiples alternativas para reubicar los proyectos de referencia. “No pasaremos por encima de los derechos humanos de nuestros propios difuntos”, concluía.
En los dos Sebastianes se armó la pachanga. El festejo era en grande. Había mariachis, onda grupera, grupos raperos y rocanroleros, mientras que el cielo se iluminaba con el estallido de los cohetones y fuegos artificiales. Los sonrientes cadáveres bailaban sin descanso y cantaban a coro “...no estaban muertos, andaban de parranda”..
En la entrada de los dos cementerios se habían colocado monumentales arreglos florales con una sola leyenda: “¡Arriba la muerte!”.
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