GALA Y TUBURCIO
Por José Dávila A.
Gala, una gaviota caribeña, nació con la pata rota. Es decir, inició el parto a la vida con mala pata. Apenas salió del cascarón, no se pudo mantener en pie. Con vanos intentos procuró mantener la vertical y sin remedio cayó y cayó otra vez. Su patita derecha estaba descompuesta, tanto, que le era inservible. Nadie supo del origen del problema; si fue culpa de los fórceps que utilizó el ginecólogo Bautista o misterios de la genética
Caso raro el de Gala. Por muchos años no se había visto cosa igual en la colonia gavioteril. Su madre, Alas Blancas, con el corazón extraviado en los laberintos de la angustia, consultó una y otra vez a los doctores del Consejo de Gaviotas. El dictamen marcó el destino y reiteró la sentencia: "Gala es una gaviota inútil, nunca podrá volar con el donaire de nosotros; tendrá que abandonarnos".
-¡Eso no es posible! ¡Es injusto! Ella no tiene la culpa -rogó la madre.
-Tendrá que irse.
-¿Por qué, por qué? -insistía, controlando con dignidad, el llanto.
-Porque volar con una pata como un colgajo es antiestético, antinatural. ¡Nunca podrá ser una gaviota de verdad! ¡Tu hija tiene que irse mañana...!
Gala no comprendía nada. Su pata rota le restaba armonía, gracia, soltura y belleza. Era verdad; no podía ni volar ni planear como lo hacían las demás. Su incapacidad física le obligaba a perder el horizonte, costándole mucho esfuerzo recomponer el rumbo.
Tras el brutal rechazo, el desahucio tuvo lugar: Gala y su madre emigraron a otra playa. Para Alas Blancas cuidar el vuelo de su hija y procurarle alimento, no fue cosa fácil. Así que, para allegarse el sustento, se incorporó al circo gaviotero concebido por los hombres. Como espectáculo para los turistas, los lancheros les obligaban, por largo tiempo, a representar el rol de equilibristas en la cuerda floja de la sobrevivencia, al arrojarles pedazos de pan que debían coger al vuelo.
-¡Vean a las gaviotas acróbatas! ¡Mírenlas cachar los pedazos de pan! ¡Así pueden estar horas y horas aguardando por unas migajas!
Y los turistas aplaudían la destreza que nacía del hambre, cuando a las gaviotas se les echaba la comida al aire para que se la arrebataran unas a otras. Alas Blancas, se tragaba la humillación y se lanzaba frenética en pos de la supervivencia. Un día, de tanto disputar, de tanto vano picotazo, le falló el corazón. Gala la vio desplomarse y flotar, inerte, en las tibias aguas del mar. En vano, la gaviota coja esperó y esperó a que su madre levantara el vuelo nuevo, hasta que el sol decidió vestirse de luto.
Acompañada por las sombras de la noche, Gala regresó a tierra firme y se acurrucó, con lágrimas en los ojos, en un enmohecido pilote de embarcadero. Se sentía sola, triste, abandonada; y al abandono se entregó. No quería saber ni del día ni de la noche ni del exilio. Recogió sus alas y decidió aguardar el final.
Cuando a la siguiente alborada despertó, escuchó el desordenado aletear de un fachoso pajarraco de largo y ancho pico, que sin control de sí mismo, se precipitaba justo a donde ella se encontraba llorando.
-!Cuidado pequeña! ¡Salta! ¡Voy a chocar contigo!
Gala, asustada, pegó un brinco, al tiempo que un pelicano gris y de plumaje despeinado, aterrizó de panzazo en el morro del pilote.
-¿Quién eres tú? -le preguntó sorprendida Gala, mientras revoloteaba sobre la torpe ave.
-Me llamo Tiburcio, ¿y tú?
-Gala -respondió la gaviota, quien cuestionó rápido-, ¿por qué vuelas así?
-No lo puedo evitar. Estoy bizco y navego chueco por todos los aires.
-¿Qué quieres decir?
-Que no veo la otra mitad del sextante; que vivo con media linterna, hija mía; cuando tengo que aterrizar de emergencia a veces atino en el blanco y cuando no, me sigo de largo hasta chocar con los cascos de los botes pesqueros. Lo mismo me sucede cuando tengo que comer.
-¿Por eso estás tan flaco?
-Si... Casi todo mi alimento lo pierdo; abro el pico y los peces se mueren de la risa, pues en mi bolsa sólo quedan pelotas de sargazo. Mírame...
A continuación, Tiburcio despegó descompuesto. Levantó el timón y ganó altura; como bombardero pesado empezó a rondar en círculos, sumándose a una parvada de compañeros que con acierto lograban buena pesquería. Aleteó otra vez y al localizar su presa, quebró las puntas de sus alas, las recogió junto con sus patas y como un proyectil, de cabeza se dejó ir en picada. La zambullida fue épica; cayó con la gracia de un zopilote artrítico, levantando un enorme surtidor de agua. Cuando emergió, tan sólo escupió buches de agua salada con una buena ración de sargazo; había errado la puntería.
Después, atormentado por su estómago vacío, volvió a las andadas. Con la brújula descompuesta se elevó en sentido contrario a sus camaradas, provocando un genial desplumadero aéreo al chocar con un enjambre de picos, alas y patas. Los improperios le llovieron: ¡Pelícano ciego! ¡Se vuela por derecha, no por la izquierda so palmípedo! ¡Aguas, es el bizco Tiburcio!
Aturdido por su aturullado despegue, Tiburcio corrigió la ruta; en seguida sobrevoló con la cabeza recogida entre los hombros y con el pico acerado como un fusil. Cuando vislumbró un apetitoso banco de sardinas bajo su ala izquierda, se lanzó veloz al igual que sus colegas; despistado se estrelló a la derecha. Cuando sacó su cabeza, los demás ya engullían pescados y otros, con la panza llena, hacían sobremesa dejándose mecer plácidamente por el ondulante mar.
El siguiente intento fue exitoso: ¡había capturado un pequeña sardina que luchaba por escapar de su pico! Entonces, como por obra de magia se pararon sobre su cabeza un par de pijijes, dos gandules pajaritos como bolitas de chocolate, que sin asomo de recato le arrebataron la comida. Avergonzado de su torpeza, regresó derrotado.
-No te preocupes, amigo mío. Ya mejorarás la próxima vez -le animó Gala.
Tiburcio, apenado, levantó la vista y al enfocar por fin a la gaviota en su parámetro visual, se percató que tenía una pata rota: "¡Dios mío! ¿Qué te sucedió? Mira cómo tienes la patita... ¡Vamos chiquilla!, apóyate en mi espalda que de inmediato te llevo a un hospital".
-¿Un hospital?
-Claro, para que te curen la patita. ¿Acaso no te duele; la tienes rota.¡Por todos los pelícanos tuertos y hambrientos!, ¿estás grave? Perdona mi torpeza; perdona por venir a importunarte.
Gala sonrió a medias y le tranquilizó: "Tiburcio, no tengo compostura; así nací, con la pata colgando".
-¿Y qué dicen tus papás?
-A mi papá no lo conocí; mi mamá se hundió en el océano.
-No lo sabía Gala, lo siento; pero tienes más familia ¿no es cierto?
-No tengo familia. El Consejo de Gaviotas me expulsó de la colonia por inútil y fea.
-Gala, tú no eres inútil ni fea; eres muy hermosa -le aseguró Tiburcio. Mira tu pico todavía rojo de inocencia; mira tus ojos de fondo azul; mira tus alas blancas. No te afanes en vano; ya verás que el tiempo lo cura todo.
-¿A ti el tiempo te ha curado el ojo bizco? -preguntó Gala con desaliento.
-Bueno, no. Quizá nuestros males no tengan reparación; pero escúchame chiquilla: no estoy hablando de curas físicas. Estoy hablando de las curas del alma, de las curas que llueven del cielo, las curas que restañan el espíritu y renuevan las ganas de vivir.
-¿De qué hablas?
-De algo que te llega de las alturas...
-¿De dónde?
-De allá arriba; es algo que te envuelve cálido, que te protege, que te reconforta, que te ilumina la vida y te hace amarte a tí misma. Mírame a mí; estoy bizco y mal comido; sin embargo, pese a mí soledad, pese a la burla diaria, me gusta vivir.
Gala le acarició el pico y con inmensa ternura, le dijo: "Tiburcio tú estarás bizco, pero miras mejor con el corazón. De pronto, a tu lado me siento segura; me siento protegida y ya no tengo miedo. Tienes razón; del cielo tú has llegado a mi vida. ¿Sabes qué?: ¡yo seré tu copiloto!
-¿Cómo? -preguntó desconcertado el pelícano.
-Que de ahora en adelante viviremos juntos. ¡Yo guiaré tu vuelo para que no vuelvas a chocar! Mira: no vuelo bien, pero veo mejor que tu; y tu vuelas mejor que yo pero te falla el periscopio. Tiburcio, escúchame bien: Te proporcionaré las coordenadas, longitudes y latitudes para que afines la puntería. y ya nadie se burlará de ti. Tu pescarás, y los dos comeremos. ¡Seremos un gran equipo!
Tiburcio, entusiasmado, exclamó: "¡Claro que sí! Fundaremos nuestra propia empresa: "¡Gala y Tiburcio S.A. de C.V.!"
Después, el pelícano por vez primera en su vida, sonrió.
A partir de entonces, en el mar azul turquesa del amanecer y en el mar de plata al atardecer, fue común ver a Gala volando junto a Tiburcio, gritándole: "Tres grados a la izquierda; ¡no, no!, corrige un grado a la derecha. ¡Sube, sube!; deriva lento a la izquierda; ¿listo?...¡ahora, ahora!"
Fue así que los estrepitosos clavados del pelícano, ajenos a las normas olímpicas, se volvieron venturosos. Nadie volvió a reparar en el palmípedo bizco; nadie volvió a sentir lástima por la gaviota de la pata rota.
Desde cielo, quienes saben de aves, dicen que el Dios de los pájaros bendecía su vuelo...
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