Wednesday, March 21, 2007

EL SÍNDROME DEL BASTÓN

EL SÍNDROME DEL BASTÓN

Por José Dávila A.



Todo cambió con el bastón...
A causa de una enfermedad que no merece aclarar su nombre porque drásticamente cambió el rumbo de mi vida, tuve que usar bastón.
Cuando el médico diagnóstico una inevitable cirugía, advirtió: “Tendrás que usar bastón”.
Las dos noticias me impactaron.¿Prótesis y de remate bastón? De inmediato vino a mi mente el folclórico baile de “Los Viejitos” apoyándose para caminar en los artesanales bordones michoacanos. De golpe y porrazo, yo, un hombre pata de perro, ¿tenía que usar bastón?
Tras las sorpresivas noticias, por supuesto me negué a ambas opciones, pero fue inútil.. En mi vida todo iba de maravilla hasta presentarse un dolor en la cadera que finalmente me llevó al quirófano. y de pilón, me obligó a la adopción de un bastón. No lo podía creer
Bastón: Vara de una u otra materia, por lo común con puño y contera y más o menos pulimento, que sirve para apoyarse al andar. Tal dice el diccionario. Su utilidad me quedaba clara, pero lo de contera no. Así pues, todavía no utilizaba el condenado palo y ya me estaba causando problemas. ¿Qué era una contera?. Vuelta al “tumbaburros” Pieza comúnmente de metal que se pone en el extremo opuesto al puño del bastón, del paraguas, sombrilla o vaina de la espada y aún de otros objetos.
Ah, vaya... Pues la famosa contera ahora se ha simplificado a un simple tapón de hule. Cosas del modernismo.
Penosa fue la rehabilitación y lento el regreso a la normalidad. Viéndome con optimismo, lucía un tanto fuerte y sano... pero con bastón. Por el contrario, la gente me miraba con extrañeza, con esos ojos que denunciaban lástima y una mueca en los labios que hablaban de rechazo. :
“Pobrecito, tan joven y ya con bastón”
Y sí, me sentía muy incómodo con el bastón. Lo odié desde el primer momento al hacerme bolas con él y caminaba con la inseguridad de un bebé cuando da los primeros pasos. Es cierto. Tal era mi rebeldía, tal era la dimensión de mi enojo, que me convertí en un hombre torpe. El bastón me estorbaba hasta para caminar. Increíble pero cierto. Me enredaba con él, me tropezaba con él, me pegaba con él, me caía con él y de continuo me olvidaba de él. Aunado a lo anterior, en la calle, en el trabajo o donde fuese, jamás recibía una muestra de solidaridad humana o la más mínima cortesía. Por el contrario, la indiferencia era el lenguaje urbano. Aprendí a arreglármelas solo.
.Conclusión: tomé un curso intensivo sobre el buen uso y diversas modalidades del bastón, ya como eficaz instrumento para caminar con fluidez o poderosa arma convencional de defensa personal.
A estas alturas no podía comprender que en tiempos pretéritos la gente usara bastón como una insignia de distinción reservado sólo para la clase privilegiada, sea económica, política o militar. ¡Qué cosa más incómoda! Cargar con un ostentoso bastón con empuñadora de oro o marfil sólo para dar fe de su poder. ¡Qué monserga! Y así, luciendo la más variada gama de bastones nacionales o de importación, los caballeros de fina estampa se mostraban en elegantes ceremonias, en paseos domingueros o fastuosos saraos, balanceándolo o jugueteándolo a fin de atraer la atención de los demás con un claro ademán de petulancia.. ¡Qué estupidez!
Por lo tanto, en materia de bastones, Charles Chaplin era mi héroe. El genial actor no dudó en ridiculizar a la clase acomodada al representar a un paria de la sociedad ¡pero con un bastón de tercera!.
También el bastón se usaba para otros menesteres opuestos al buen caminar. En palacio real, con un pesado bastón se golpeaba el suelo para anunciar la presencia de fulatino conde de quién sabe qué, acompañada de la marquesa de quién sabe dónde por la gracia de Dios.. Aparte de estos heraldos con voz de tenor, había otros bastoneros designando el lugar de las parejas y el orden a seguir en el baile. Claro, todo al compás del sonoro ritmo del bastón. Histéricos maestros de escuela, para intimidar a los alumnos, solían golpear escritorios, paredes y papeleras con el bastón Y si tenemos la paciencia de investigar más sobre la vara de marras, nos encontraríamos con otros usos aún más extravagantes e insulsos, así como violentos. En resumen, buena parte de la conducta humana se regía a fuerza de bastonazos, con la diferencia de que sólo los pobres siempre lo han usado para poder caminar.
Cosa diferente era el terrible bastón de mando que se entregaban a faraones, reyes, príncipes, sátrapas, jefes de estado, militares y dictadores, como símbolo de autoridad y guerra. Con el bastoncito empuñado en la diestra, sedientos de poder, han hecho temblar al mundo. Ellos, los elegidos por el dios Marte y dirigidos por las Parcas, tan sólo nos han heredado un rosario de negras historias. de conquista, caos, muerte, genocidio, esclavitud, tortura, explotación y terrorismo.
Sin embargo, otra cosa muy diferente son las bastoneras de los cowboys de Dallas que con brillantes bastoncitos irremediablemente nos ponen de rodillas a sus pies. Ellas tan exentas de crítica.
Pese a todo, me sentía mal con el bastón. Una sensación de incomodidad me abrumaba.
Un buen día, por aquellos misteriosos designios de la vida, interesado en la mitología griega, leí: “Esfinge es un monstruo con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas de ave. Acuclillada en una roca, abordaba a todos los que iban a entrar a la ciudad de Tebas planteándole el siguiente enigma: ¿Qué es lo que tiene cuatro pies por la mañana, dos a mediodía y tres por la noche? Si los interpelados no resolvían el enigma, ella los mataba. Cuando el héroe Edipo lo resolvió respondiendo. “El hombre que gatea al poco de nacer, camina con dos piernas cuando es adulto y anda con la ayuda de un bastón cuando llega a la vejez”, la esfinge se suicidó. Por haberlos librado de este monstruo terrible, los tebanos convirtieron a Edipo en su rey.
Entonces lo entendí: el bastón me hacía sentir viejo. Sufría el complejo de la vejez. Sin pensarlo más, el bastón pasó a mejor vida en el cuarto de los trebejos. Contradiciendo la recomendación médica, me liberé.
Hoy, dieciocho años más tarde, la historia se repite. Requiero un reemplazo de la prótesis, como se le cambia una llanta a un coche, y de nuevo el uso del bastón. No me ha sido fácil aceptar la realidad. Ya no soy el hombre de antes y con humildad he aceptado su compañía para hacerme menos penoso el camino que he de recorrer. Ya no me tropiezo con él. Al contrario, me siento agradecido y en la intimidad los dos convenimos ofrecer una imagen digna..
Sin embargo, ahora la película es otra. A la gente no le soy indiferente. Con cortesía y respeto me ha brindado comprensión.. En sus ojos ya no descubro lástima, sino el deseo de ayudar, en sus labios adivinó la sonrisa que trata de infundir valor y confianza. Atenciones han sido muchas: Desde el un niño que me abre la puerta de un super, hasta el joven que me ayuda a cargar una bolsa, pasando por hombres y mujeres que me ceden el paso o el asiento de la silla que ocupaban. ¡Caray, lo que hacen las canas!
Pese a mis años, aún no me siento viejo; el síndrome de vejez que me contaminó el primer bastón, quedó atrás. También voces de apoyo me animan. Una de ellas jamás la olvidaré y me hizo ver que tonto fui en el pasado.
A le letra me dijo: “No te preocupes, vieras que el bastón te da un baño de inteligencia....”
“¡Jesús, cuánto tiempo desperdiciado!”, pensé de inmediato. Si no hubiera abandonado mi primer bastón en el cuarto de los trebejos, ahora sería un hombre sabio...

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