LOS VECINOS
Por José Dávila A.
Ambos eran vecinos de toda la vida y se hablaban de usted. Se conducían con pulcritud y sus amistades decían que ya estaban viviendo le edad de “Los Años de Oro”. En pocas palabras, ya estaban viejos y en un descuido podrían irse al cielo.
Mientras, día con día, ajenos a los malos augurios, los dos abrían las puertas de sus casas e intercambiaban el consabido saludo matinal. Caballeroso, él, de pelo cano y sonrisa pronta, cedía la palabra a ella, de cabello entintado color ocre y con la sinceridad navegando en sus ojos
-¿Cómo amaneció hoy? –interrogaba ella con la misma curiosidad de todos los días.
-Igual que ayer, aguantando mis pesares –reiteraba él como todas las mañanas- ¿Y usted?
-Ya sabe- advertía ella con resignación-Este dolor en la cadera no me deja. Hay días que siento cómo me sube la dolencia el hasta cuello, y otros como que se me hinca en el cerebelo.
-¿Ya fue a ver al médico?
-No, ¿para qué? Siempre dice lo mismo: que haga mis ejercicios y que camine una hora al día, como si tuviera treinta años. A veces los hago y apenas me siento mejor, me olvido de todo y quiero resolver de un golpe los pendientes de la casa y a poquito que regresa otra vez el malestar hasta convertirse como si tuviera un tambor en la cabeza. ¿Y usted?
-Lo mismo vecina. Ya sabe, la artritis llegó para quedarse y hay noches de pesadilla en que no adivino que hueso duele más. Además me dan punzadas en el hígado y retortijones en la boca del estómago.
-¿No me diga…? ¡Igual que yo! Me atacan todos los malestares apenas llueve; entonces se quejan los riñones hasta las plantas de los pies.
-Con la humedad, todo rechina, vecina, hasta la conciencia.
-Es cierto. Cuando se sienta así de mal, tómese un té de tila, con flores de azahar, canela y menta. Ya verá que le sienta muy bien hasta para la digestión y los gases.
-Perdón…
-Ay, por favor, vecino, no me diga que se echa sus buenos gases. Hay veces que los escucho hasta dentro de mi casa.
-Vecina, por favor…
-¡Vamos no se apene! ¿Qué tiene de malo? Yo también me echo los míos poquito a poquito, para que no se suenen tanto y huelan menos. Imagínese cuando estoy en misa o en el cine. Por eso me tomo mi pócima antes de salir a la calle. Mañana le voy a hacer la suya y verá cómo descansará de la panza. Seguro que hasta se le desinflama.
-Le agradezco vecina. ¿Ahora, me disculpa, por favor? Ya es hora de mi medicina para la presión arterial
-Cierto, a mí me toca para la diabetes.
-Luego tengo que tomar mis tabletas para la colitis.
-Y yo para la migraña.
-¿Tiene migraña? Debería ponerse una bolsa de hielo en la cabeza.
-Lo hago, pero entonces tengo incontinencia todo el día hasta que me pega la taquicardia de la purita desesperación.
-No se irrite, ya ve que no sé qué hacer con mi soplo en el corazón…
-¿El que se les escucha como silbato desafinado?
-El mismo que me provoca náuseas.
-Y a mí el asma me provoca vómito y dolor de oídos.
-Ya se pondrá mejor, vecina; mañana es un nuevo día.
-Tiene razón, sólo nos resta ponernos en las manos del Señor.
Al amanecer siguiente, concluidos sus desayunos, ambos abren sus puertas y reanudan la consabida conversación: -¿Cómo amaneció hoy? –interroga ella.
-Igual que ayer, aguantando mis pesares –reitera él como todas las mañanas- ¿Y usted?
-Ya sabe- advierte ella con resignación-Este dolor en la cadera no me deja. Hay días que siento cómo me sube la dolencia el hasta cuello, y otros como que se me hinca en el cerebelo.
-¿Ya fue a ver al médico?
-No, ¿para qué? Siempre dice lo mismo: que haga mis ejercicios y que camine una hora al día, como si tuviera treinta años. A veces los hago y apenas me siento mejor, me olvido de todo y quiero resolver de un golpe los pendientes de la casa y a poquito que regresa otra vez el malestar hasta convertirse como si tuviera un tambor en la cabeza. ¿Y usted?
-Lo mismo vecina. Ya sabe, la artritis llegó para quedarse y hay noches de pesadilla en que no adivino que hueso duele más. Además me dan punzadas en el hígado y retortijones en la boca del estómago.
-¿No me diga…? ¡Igual que yo! Me atacan todos los malestares apenas llueve; entonces se quejan los riñones hasta las plantas de los pies.
-Con la humedad, todo rechina, vecina, hasta la conciencia.
-Es cierto. Cuando se sienta así de mal, tómese un té de tila, con flores de azahar, canela y menta. Ya verá que le sienta muy bien hasta para la digestión y los gases.
-Perdón……
Y así día tras día, semana tras semana, mes tras mes. El mismo diálogo, las mismas palabras, como un guión teatral. No, no se cansan de repetir sus males, que les sirve de consuelo y motivo de vida. De otra forma, sólo hablarían de los ayeres que lastiman y no abrirían más sus puertas.
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