Thursday, October 30, 2008

EL CERRO PELÓN

EL CERRO PELÓN

Poe José Dávila A.

El abuelo Matías, patriarca del pueblo “Los Encinos”, sentenció: “Fue un diluvio despiadado como el del año del señor San Francisco en 1897. Igual de endiablado el maldito, Parecía enfermo de corajina que deseaba acabar con todo…y así lo hizo”.
Antes del desastre, en las boscosas faldas del “Cerro Pelón” había florecido una industriosa comunidad que dependía de tres aserraderos para su subsistencia. A lo largo de cada nuevo día no se paraba de talar árboles y los retoños, como por obra de magia, volvían a renacer y en pocos tiempo alcanzaban otra su vez su enorme estatura.
Los primeros leñadores que se asentaron en sus bosques, pronto descubrieron tan increíble prodigio Lo consideraban un don que el cielo les regalaba y todos los domingos le daban gracias al Altísimo
Era un fenómeno inusual para el cual no existía respuesta. Sin embargo, si el monte era tan pródigo ¿por qué fue bautizado como el “Cerro Pelón? La razón era muy sencilla. Su cima estaba tan rasurada como la cabeza de un monje. Era el páramo en donde no crecía asomo de vida. Contradicciones de la madre natura.
El milagro pronto se difundió y los caseríos desperdigados en la región quedaron abandonados, convirtiéndose en pueblos fantasmas. Quienes moraban en ellos emigraron a la montaña en busca de fortuna, convirtiéndose en una plaga que tiraba árboles por doquier.
Ante la diaria peregrinación de hombres hambrientos de abandonar la pobreza, quienes fueron los primeros en arraigarse llegaron a la conclusión que debían evitar que la muchedumbre terminara por colmar hasta la más pequeña brecha. Por lo tanto se formó un consejo de leñadores que organizaron brigadas armadas para impedir el arribo de nuevos colonizadores que amenazaban con acabar con la abundancia que brindaban los generosos bosques.
Dueños de un tesoro sin igual, no deseaban compartir la fortuna con la que habían topado. De esta manera, se aserraba por secciones seleccionadas y diariamente salían al mercado carretadas de grandes tablones.
La tala se procedía hacerla en redondo de la montaña. Al concluir el círculo, ya crecían los nuevos arbustos que pronto se convertirían en adultos aptos para el filo de las hachas. Así pues, la madera nunca se acababa, convirtiéndose en una infinita fuente de riqueza.

Sin embargo, la naturaleza no estaba de acuerdo; su presencia era para que todo mundo la disfrutara y no se convirtiera en rehén de un puñado de colonizadores. De esta manera, empezó a regatear sus dones. Los árboles que eran talados indiscriminadamente ya no volvían a renacer. La desaparición de lo que se consideraba un milagro, no fue obstáculo por el afán de enriquecimiento que nublaba la razón e impulsaba al hombre para proseguir devastando los bosques.
Pronto recibiría un inesperado castigo.
Fue una noche tormentosa de las que ya no se tenían recuerdo…Llovió sin conceder descanso. .El cielo estaba furioso y liberaba su cólera. Un chaparrón azotaba al Cerro Pelón La población, con el miedo en el alma, aguantaba en sus casas. Entonces no valía plegaria que existiera.
-La verdad no tuvo misericordia de Dios -advirtió el viejo Matías, al tiempo que con los dedos de su mano derecha hacía la señal de la cruz y se santiguaba empezando por la frente y proseguía en orden descendente por la nariz, ambos lados de la boca, la barbilla y finalmente el pecho.
-.Implacable el temporal, sí señor, como el diluvio universal. Llueve que llueve que no se veía para arriba. Entonces empezó todo: se hizo un silencio mortal y la montaña empezó a temblar. Después, despacio, sin asomo de prisa, lentamente se fue hundiendo como si se la tragara un pantano, arrastrando consigo casas y colonos. No existía salvación para nadie. No había por dónde escapar.
El anciano hizo una pausa y después con el temblor en la boca, expresó: “Fue horrible, señor. La montaña se hundía despacio como si no tuviera prisa y alargara la agonía de quienes no supieron compartir su patrimonio. Por dondequiera se escuchan lamentos de terror y suplica, En tanto, el Cerró Pelón prosiguió hundiéndose hasta desaparecer de la faz de la tierra, dejando tras de sí un tenebroso aullido de agonía. Entonces dejó de llover…
Al siguiente amanecer no se encontró ni huella de él. Sólo una desolada llanura en donde no crecía una sola planta.
-¿Qué cómo me salvé de morir sepultado? Ay, señor; acaso no me ve: soy tan viejo que ya no puedo levantar ni pico ni hacha. ¿Entonces para qué subirme al Cerro Pelón?

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