Wednesday, January 21, 2009

EL CERRO PELÓN

EL CERRO PELÓN
Por José Dávila A.

El abuelo Matías, patriarca del pueblo “Los Encinos”, sentenció: “Fue un diluvio despiadado como en el día del señor San Francisco en 1897. Igual de endiablado el maldito, Parecía enfermo de corajina que deseaba acabar con todo…y así lo hizo”.
Antes del desastre, en las boscosas faldas del “Cerro Pelón” había florecido una industriosa comunidad que dependía de tres aserraderos para su subsistencia. A lo largo de cada nuevo día no se paraba de talar árboles y los retoños, como por obra de magia, volvían a renacer y en pocos tiempo alcanzaban otra su vez su enorme estatura.
Los primeros leñadores que se asentaron en el boscaje, pronto descubrieron tan increíble prodigio Lo consideraban un don que el cielo les regalaba y todos los domingos le daban gracias al Altísimo
Era un fenómeno inusual para el cual no existía respuesta. Sin embargo, si el monte era tan pródigo ¿por qué fue bautizado como el “Cerro Pelón? La razón era muy sencilla. Su morro estaba tan rasurado como la cabeza de un monje.
El milagro pronto se difundió y los caseríos desperdigados en la región quedaron abandonados, convirtiéndose en pueblos fantasmas. Quienes moraban en ellos emigraron al imponente macizo en busca de fortuna, convirtiéndose en una plaga que tiraba árboles por doquier.
Ante la diaria peregrinación de hombres hambrientos de abandonar la pobreza, los primeros colonos en arraigarse llegaron a la conclusión que debían evitar que la muchedumbre terminara por colmar hasta la más pequeña brecha. Por lo tanto se formó un consejo de leñadores que organizaron brigadas armadas para impedir el arribo de nuevos colonizadores que amenazaban con acabar con la abundancia que brindaban los generosos bosques.
Las amenazantes bocas de las escopetas de doble cañón y las pistolas prestas para abrir fuego a quien osara romper el cerco de seguridad, intimidó a los lugareños, quienes regresaron a sus hogares rumiando su amargura consciente de ser víctimas de un acto de injusticia.
Los colonos del Cerro Pelón, dueños absolutos de un tesoro sin igual, no deseaban compartir la fortuna con la que habían topado. De esta manera, aserraban por secciones y diariamente salían al mercado carretadas de grandes tablones.
La tala se trabajaba ladera tras ladera. Al concluir con la primera, se continuaba con la segunda y la tercera en forma de círculo; mientras, atrás ya crecían los nuevos arbustos que pronto se convertirían en adultos aptos para el filo de las hachas. Así pues, la madera nunca se acababa, convirtiéndose en una infinita fuente de riqueza.
Sin embargo, el ecosistema no estaba de acuerdo; su presencia era para que todo mundo lo disfrutara y no se convirtiera en rehén de un puñado de taladores que incluso estaba dispuesto a matar quien enfrentara el cinturón armado que se había establecido. De esta manera, empezó a regatear sus dones. Los árboles que eran talados indiscriminadamente ya no volvían a renacer. La desaparición de lo que se consideraba un regalo de Dios, no fue obstáculo para el afán de enriquecimiento que nublaba la razón humana e impulsaba a proseguir devastando los bosques.
Pronto recibirían un inesperado castigo.
Fue una noche tormentosa de las que ya no se tenía recuerdo…Llovió sin conceder descanso. .El cielo estaba furioso y liberaba su cólera. Un chaparrón azotaba al Cerro Pelón La población, con el miedo en el alma, aguantaba en sus casas. Entonces no valía plegaria que existiera.
-La verdad no tuvo misericordia de Dios -advirtió el viejo Matías, al tiempo que con los dedos de su mano derecha hacía la señal de la cruz y se santiguaba empezando por la frente y proseguía en orden descendente por la nariz, ambos lados de la boca, la barbilla y finalmente el pecho. Aseguraba que el implacable temporal era otro diluvio universal: “Llueve que llueve, tanto así, que no se veía para arriba. Entonces empezó todo: se hizo un silencio mortal y la montaña empezó a temblar. Después, muy despacio, sin asomo de prisa, lentamente se fue hundiendo como si se la tragara un pantano, arrastrando consigo casas y colonos. No existía salvación para nadie. No había por dónde escapar”.
El anciano hizo una pausa y después con el susto en la boca, expresó: “Fue horrible, señor. El Cerro Pelón se hundía y se hundía despacio, muy despacio, como si no tuviera prisa y alargara la agonía de quienes no supieron compartir su riqueza. Por dondequiera se escuchan lamentos de terror y suplica, En tanto, seguía hundiéndose hasta desaparecer de la faz de la tierra, dejando tras de sí un tenebroso aullido de agonía. Entonces dejó de llover…
Al siguiente amanecer no se encontró ni huella de él. Sólo una desolada llanura.
-¿Qué cómo me salvé de morir sepultado? Ay, señor; por fortuna soy tan viejo que no puedo levantar ni pico ni hacha. ¿Entonces para qué iba a subir al Cerro Pelón? Pero de algo sí estoy cierto: soy el único que vio como se hundió y que tarde o temprano, la tierra también me tragará. Lo sé. Soy el único que falta…

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