CUANDO EL CIELO AÙLLA
Cuando el cielo se enfurece, semeja el fin del mundo.
Cuando el cielo brama y se desgarra en las alturas, es momento de rezar y reconciliarse con el Todopoderoso.
Un día despejado y soleado, puede ser un velo traicionero. Todo está en calma; el horizonte despejado, el cielo azul y el mar en calma. Vaya, no existe el más mínimo motivo de inquietud. Tranquilo, placentero, transcurre el tiempo. De pronto, por la tarde, el sol desaparece tras un espeso manto gris que en segundos se torna tan negro como quizá sean las profundidades del mismo averno.
La tarde se vuelve noche. Nada bueno augura tan repentino cambio del clima. En las calles, la gente camina rápido; apura el paso hacia su destino final sin dejar de mirar de soslayo por arriba de sus cabezas. En escasos minutos, el tráfico vehicular se ha alborotado y queda atrapado en paralizantes congestionamientos viales.
De pronto, la amenaza, los malos presagios, se cumplen.
La tormenta eléctrica se desata incontenible. El telón se descorre cuando en la lejanía, un grito desgarrado, que digo, un doloroso alarido empieza a escucharse aumentando su potencia infinita con la velocidad de un relámpago y el inmediato detonar de un rayo que quiebra la nubosidad en dos hasta reventar sobre la ciudad con potencia inaudita.
El estallido supera el rugido de 500 leones y tras él, detona la siguiente explosión, con mayor poderío que cimbra arboles, puertas y ventanas. Las luces de las farolas y las lámparas caseras parpadean impotentes, quizá también de miedo.
Se ha desatado el caos. La naturaleza esta incontrolable, furiosa. El ensordecedor retumbar de los rayos ensordece e intimida. Provoca una infinita impotencia. ¿Qué somos ante el enojo de la naturaleza?
¡Una hormiga es más feliz que cualquier ser humano!
Una y otra vez se suceden las rasgaduras celestiales hasta culminar en una serie de impresionantes explosiones infernales que sobrecogen alma y corazón. Uno tras otro. El último más imponente que su antecesor. Tregua no existe.
¡El cielo aúlla!
La tempestad se desgrana de las alturas; la lluvia intensa, cerrada, se desploma y todo lo inunda y arrolla. Semeja el diluvio universal. El miedo se transforma en pánico y el pánico alimenta la posibilidad de una catástrofe.
Se viven angustiosos momentos de incertidumbre. Los minutos se antojan más lentos que nunca. Las baterías del cielo dan rienda suelta a su inmensa cólera. Es fuego graneado y nos recuerda lo insignificantes que somos en este mundo.
Sin embargo, así como todo empezó, empieza a decaer. Lento, muy lento, los explosiones se van silenciando, hasta culminar en un distante estertor.
Después el desconcertante silencio, la calma renace.
Ahora lo comprendemos. La tempestad ha sido el heraldo del advenimiento de la siempre temida temporada de huracanes.
.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment