CALOR DESENFRENADO
Azota el calor…
Tanto así que obligó al mismo Diablo a huir del averno para refugiarse en su penthouse con aire acondicionado.
Por las calles la gente deambula untada a las paredes en vano intento de escamotearle un pedazo de sombra que las cobija.
La ciudad hierve. El asfalto se derrite, las tuberías de agua revientan y evaporan el precioso líquido. Los pozos languidecen. Los volcanes, antes eternamente nevados, muestran sus cimas agrestes. Los glaciares se derriten y se despedazan. Los enormes bloques de hielo que vende don Poncho, triplican su valor antes de evaporarse y la gente los compra como un preciado tesoro y corre a su casa a resguardarlos para gozar de unos instantes de frescura.
Los lagos se secan. Los bosques, ¿cuáles bosques?
La brutal deforestación de los talamontes los ha convertido en desolados páramos. La lluvia escasea. La tierra se agrieta y desierto avanza y asesina.
El deslumbrante reflejo de la arena ciega la vista, reseca la piel y despierta el hambre de sed.
Sí, azota el calor.
Año con año aumenta el termómetro alrededor de todo el mundo. Es el calentamiento caótico que año tras año se advertido de sus pavorosos estragos.
Cierto. Sn embargo, nadie hace algo por frenar el daño que ha causado la “civilización”, esa raza humana indiferente y sorda que, en aras de la modernización y el desenfreno de la tecnología rampante, no repara en el costo final
El agorero, con la cabeza a punto de reventar, clama:
“¡Pecadores sin confesión alguna, las llamas nos consumirán! ¡El castigo será catastrófico y su destino infernal!”
“¡Pecadores confesos, a ustedes también los devorará el fuego que han alimentado!”
“¡Pecadores, no se olviden que un día alguien aseguró que hasta el sol suda…!”
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment