Thursday, January 10, 2008

DON JUSTINO Y MONTE ALBÀN

DON JUSTINO Y MONTE ALBÀN

Por Josè Dàvila Arellano.

-¡No son pirámides! –advirtió molesto don Justino, un viejo guía zapoteco de 82 años de edad.
La sonora sentencia me sacudió de pies a cabeza, tal como si me fuera a condenar.
-¿No son pirámides? –insistí desconcertado.
-¡Por supuesto que no! –reafirmó con autoridad, aquel hombre alto, de rostro moreno y dueño de una voz de trueno. Firme, recto. El pecho henchido, orgulloso de su estirpe. Macizo como las mismas piedras que labraron sus antepasados, su figura, dondequiera que se plasma, domina el espacio.
-¿Entonces que son? –mordaz exigí una explicación, teniendo como escenario el imponente centro ceremonial de Monte Albàn, el cual aún prevalece desafiante, altivo y silencioso en la cumbre de un cerro de 500 metros de altura desde donde se domina el señorío de tres verdes valles que circundan la ciudad de Oaxaca.
-¡Son pedestales! –sentenció enérgico y con notoria autoridad, al tiempo que bajo el ala terrosa del añejo sombrero de palma, sus ojos parecían despedir fuego. Tal era la magnitud de su disgusto.
Anticipando una réplica más, me cuestionó con notoria impaciencia: “¿Por qué ustedes, los visitantes, siempre se empeñan en calificar como pirámides las construcciones que no lo son?”
-¿No lo son? –ahora cuestioné dubitativo.
-¡Por supuesto que no! – enfatizó autoritario: “Una cosa son las pirámides de Egipto y otra los templos, palacios, adoratorios, plazas y juegos de pelota, que están aquí. Los zapotecas nunca se propusieron construir pirámides, que le quede bien claro. La razón de estos “edificios” es que adoraban tanto a sus dioses que deseaban colocar sus altares cada vez más y más cerca del cielo. Entonces, allá, por los años 200 antes de Cristo se dieron a la tarea de echar más tierra sobre los promontorios originales. Y al rato, poco les parecía la altura, y empezaban a echar encima más y más tierrita, hasta concluir con lo que ahora ve. ¡Por eso son pedestales!
Enrojecí de vergüenza y sellé mis labios.
Desde adolescente, don Justino ha dedicado toda su vida a explicar a los turistas la historia de esta notable civilización que finalmente sucumbió ante el embate de sus acérrimos enemigos: los mixtecos. De estas impactantes ruinas, hoy consideradas patrimonio nacional, con certeza conoce cada rincón, cada vereda, cada piedra, cada escalón, cada árbol, cada adoratorio, cada códice, cada pedestal. Sabe del punto exacto desde donde se puede apreciar en toda su magnitud la impresionante presencia de un cultura ancestral que dejó como legado su vasto conocimiento para las futuras generaciones. En pocas palabras, podría decirse que Monte Albàn es su hogar.
Don Justino, viste con humildad una camisa descolorida, un pantalón raido, un par de gastados guaraches, un mecate por cinturón y sus manos callosas empuñan una delgada vara como báculo para subir y bajar con destreza las graderías de cada uno de los promontorios.
La historia zapoteca que se remonta entre 700 y 500 años antes de Cristo, ha transitado en su familia de generación en generación. Así pues, día tras día, mes tras mes, año tras año, apenas despunta el sol, desde de las goteras de la ciudad, el añoso hombre remonta a pie la empinada cuesta a Monte Albàn, para conservarse fuerte y sano.
Tras recorrer con enorme paciencia la meseta de 600 metros de largo por 400 metros de ancho, incansable en sus observaciones, anécdotas y largas explicaciones, luego de enfatizar de “yo hablo con verdad y no invento historias”, se lamenta que en su seno familiar ya no exista nadie que le releve de su profesión y que la leyenda zapoteca trasmitida de boca a boca, finalmente desaparezca entre las blancas nubes que coronan las agrestes montañas.
-Ya todos se han ido pa’l norte -confiesa con evidente amargura- Más allá, más lejos de la frontera. Mis tres hijos se fueron con mi bendición en busca de trabajo, porque aquí no lo hay. Oaxaca es uno de los estados que más mano de obra expulsa para los campos gringos. ¿Qué le vamos a hacer…?
Tras unos minutos de embarazoso silencio, me hace una confesión: “¿Sabe lo que más me avergüenza?
Niego con un ligero movimiento de cabeza.
-Que no existe día en que tengo que hablar en ingles, francés y alemán, pa’ ganarme el gasto diario”.
Ante mi sorpresa, reafirma. “Sí señor, tuve que aprender idiomas extranjeros, para poder subsistir. Tal es mi orgullo: soy autodidacta. “Usted no está pa’ saberlo, pero además de hablar en español, hablo en zapoteco, mixteco, chimanteco, amuzgo, chocho, chontal, huave, triqui, mazateco, mixe, zoque o tacuate, todos y cada uno de ellos con sus diferentes dialectos. ¿Tantos lenguas nativas pa` qué? ¡Pa` nada, señor, pa` nada…!
El viejo detiene su paso. Con pesadumbre se despoja de su sombrero y con evidente cariño y delicadeza le sacude el polvo del camino. De una bolsa de su pantalón saca un arrugado paliacate rojo y se limpia el sudor que corre por su rostro. Con la vista clavada en la tierra, mueve la cabeza con pesadumbre y musita resignado:
-Si señor, a veces, sin darme cuenta, me avergüenza pedirle a mi vieja un plato de frijoles en francés…
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1 comment:

Miguel Miranda said...

Estimado José, estoy creando mi blog y en las andanzas de investigación he dado con el tuyo, el cual me parece extraordinario y te felicito, pues tus relatos son maravillosos. Te estaré visitando con frecuencia.