PARALISIS
Por José Dávila A.
En un día del mes de abril el tiempo se detuvo.
Así de pronto. Sin previo aviso todo se paralizó.
Las manecillas del reloj se estancaron. El planeta Tierra cesó su giro, el Sol se mantuvo impasible en el zenit, y la Luna al interrumpir su viaje orbital fue presa de la oscuridad.
Yo estaba frente al mar cuando la brisa cesó y el oleaje se calmó. Las gaviotas y los pelícanos se quedaron suspendidos en el espacio, como disecados ejemplares de museo.
Entonces, todo ruido cesó. El silencio se tornó más sonoro que nunca. Imponente, aplastante su feroz zumbido.
¿Qué estaba sucediendo? No lo entendía. Mi entorno se había inmovilizado. La gente permanecía estática, como estatuas de sal de mudas voces. El tránsito vehicular frenó su marcha y los semáforos se apagaron. En el cielo un avión cesó el retumbar de sus motores y se quedó colgado de la blanca estela que iba trazando en el aire.
Incrédulo miraba a mí alrededor confirmando la presencia de un fenómeno inexplicable. ¿Por qué era el único que podía ver, palpar, pensar, mover, dudar, gritar y sentir miedo, sí, mucho miedo?
¿Así que de esto de se trataba? ¿De atemorizarme? Si tal era el propósito, se había logrado. Entonces el hombre que tenía frente a mí permanecería con la carcajada inconclusa; la señora que lo acompañaba acusaría un embarazo perpetuo y el niño que sostenía de la mano, mantendría el llanto atorado en los ojos.
Por unos instantes pensé que era víctima de una horrible pesadilla. Que estaba dormido, que aún reposaba en mi lecho y que todavía no surgía la nueva alborada. Sin embargo, no era así. La realidad me desconcertaba y mi corazón empezaba a galopar sin control.
En vano intentaba despertar mi mente.
¿Cuánto tiempo viví prisionero del sobresalto? No lo sé. Como también ignoro como recordé antes del advenimiento de este escenario sepulcral, que me encontraba inmerso en escabrosas meditaciones producto de la acumulación de los años vividos con gran intensidad, sin dar ni conceder cuartel, en un desafío que yo solo me había impuesto de avanzar siempre hacia el frente, de conquistar montañas cada vez más altas sin asomo de claudicación. No obstante, en esos momentos ya aceptaba las debilidades de mi cuerpo cansado, con la energía desgastada y extraviada en el polvo del camino.
Sin desearlo, como un hechizo, empecé a tener relampagueantes visiones que se sucedían como un carrusel sin control. Desfilaban imágenes en reversa. Como el hombre que era ayer, un abuelo escribiendo a sus nietos; después el padre preocupado por el futuro de sus hijos, luego aquel joven idealista que creía en la verdad, en la bondad, en la disciplina, el honor, el respeto y la honestidad; posteriormente facetas de una adolescencia incierta, difícil, enredada; y por último las fotografías en sepia de mis padres aún jóvenes, orgullosos de sus dos hijos pequeño: mi hermano y yo.
Luego...la oscuridad.
Al fin lo comprendí: asistía al funeral del tiempo, de mi propio tiempo.
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1 comment:
Te deseo mucha suerte, José. Tienes que hacer más publicidad de este rincón, pues hay escritos excelentes.Ún saludo cordial
Ángeles
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